PREMONICIÓN 1.
Laura.
Todo había
sido una jugada muy hábil desde el principio. Primero, contar con los Voronkov
para la paulatina transformación de varias personas. Como nosotros, a partir de
los traficantes de sangre y de sus peones en la residencia universitaria, les
descubrimos, los Voronkov fueron a cazarnos. Lástima que ese aquelarre ruso
pensó en traicionar a los Vicuña. Claro está, los Vicuña acabaron con ellos.
Parecía a
priori que iban a dejarnos en paz, pero la sirena, Raquel, apareció por allí,
robando la estela cántabra. Un poderoso sello que serviría, por una parte, para
liberar un virus potentísimo vampirizador; por otra, para controlar a los neófitos creados mediante aquel virus o por
cualquiera de los Vicuña. No supimos nunca a ciencia cierta qué pretendía la
sirena, para quién actuaba. Parecía que nos llevaba directos hacia aquel abismo
en el que nos encontramos más tarde. Clemente, Indhira, Blanca, Serafín. Todos
cayeron bajo nuestras armas.
Y ahora...
ahora hemos descubierto para qué querían crear ese ejército de neófitos. Hemos
descubierto la peor cara de los Vicuña, y Vicente, que parecía siempre actuar
al margen, ha obtenido precisamente lo que quería. Es astuto, hábil,
planificador, frío y despiadado. Es, sin duda, el más peligroso de todos. Más
incluso que el propio Serafín. Por eso Vicente sigue vivo y Serafín está
muerto. Debimos haber acabado con Vicente cuando tuvimos oportunidad. Ahora
está, por lo que parece, aliado con la sirena. Sus objetivos eran dignos de
haber querido crear ese ejército. Pero a Vicente ya se le habían acabado las
ideas. Iba a llevarlo a cabo él solo.
Cuando Javi y
yo llegamos a aquel pueblecito perdido en algún lugar de Extremadura, lo vimos.
Era aquel escalofriante dibujo con el que ya estába-mos familiarizados. Era
algo horrible ver aquello en mitad de una capilla medio derruida en el
cementerio. Javi lo señaló, con su habitual sangre fría, haciendo que me
estremeciera.
―Míralo. Es esto.
Eché un vistazo. La figura
infundía temor. Miedo. Era el sitio. Había más como esa en aquel lugar. Oímos
un ruido. Nos volvimos. Desenfundé mi thaser y Javi la suya.
―Si nos matan, quiero que sepas que nunca he querido a
nadie tanto como a ti, Lauri.
―Si nos matan juntos, tampoco será un final tan malo, ¿no?
Javi me miró, sonriendo
siniestramente.
―No, supongo que no. Pero ten confianza, he salido de
situaciones peores.
El ruido volvió a oírse, desde
el exterior del cementerio. Javi me agarró la mano con fuerza. Nuestros
corazones palpitaban, furiosos. Y, juntos, nos encaminamos hacia el derruido
muro.
PRÓLOGO.
―Eso es... acercaos un poco más...
que os vea bien... ajá, y además tengo vuestra matrícula. Pardillos.
Rafa sonreía,
entre dientes. Los dos tipos aquellos llevaban a rastras a alguien. Alguien que
iba atado y amordazado. Y lo llevaban hacia un coche. Lo sacaron directamente
del garaje, metido en el maletero.
―¿Se puede saber qué pretendemos?―preguntaba Lucas, aburrido.
―Cállate, anda. Cállate. Hay que
liberar a ese tío, hombre. A saber qué pretenden estos secuestradores. Ya van
cuatro desaparecidos y no se ha vuelto a saber de ellos―respondió Rafa, en voz baja―. Ve subiendo al coche.
Los hombres
habían subido a aquella persona al coche y se disponían a largarse de allí.
Rafa arrancó el coche al mismo tiempo que los secuestradores. Les estuvo
siguiendo durante diez minutos, más o menos, hasta llegar a la zona del centro.
Los dos tipos se detuvieron en una calle estrecha. Rafa se quedó en el extremo,
atisbando desde la distancia.
―Tengo sueño―se quejó Lucas, mientras
bostezaba sonoramente.
―Sueño, ¿eh? Del tortazo que te
voy a sacudir vas a dormir hasta pasado mañana, melón―bufó Rafa―.
Anda, estate quieto.
―¿Por qué Galindo no está contigo
aguantando este coñazo?
―Porque uno, no quisiste ayudar a
Irene con los archivos; dos, alguien tiene que hacerse cargo de los secuestros
y tres, gracias a las averiguaciones de Sergio. Y ahora cállate― dijo Rafa, perdiendo la
paciencia.
A esas
alturas los tipos aquellos habían sacado a su víctima del coche y la llevaban a
rastras hacia un garaje, metido aún en el saco. Rafa decidió que era hora de
bajar del coche y liberar al rehén. Así lo hizo. Atravesó la oscura calle. Un
maullido le sobresaltó, haciéndole desenfundar su pistola de dardos. Pero no
fue nada.
Lucas se
acercó y tocó el hombro de Rafa. Éste pegó otro salto.
―¿Pero tú eres tonto?― murmuró.
―No, pero tú lo empiezas a hacer
muy bien.
―Déjate de imbecilidades y
vamos...
Se apostaron
junto al garaje. Oyeron voces dentro.
―Y si por la mañana decides no
cantar, te mataremos. Así de fácil...
Tras unos
minutos de silencio total, Rafa decidió entrar en el garaje. Lucas le echó una
mano, forzando la cerradura. Abrió levemente la puerta, tan solo un filo para
que pudieran entrar por debajo. Rafa corrió hacia el rehén, que estaba sentado
en una silla, atado de pies y manos y amordazado, y empezó a desatarle.
―Pero, hombre de Dios―murmuraba―, ¿qué le han hecho?
―No es de tu incumbencia, chico...
―¿A que te dejo aquí, por melón?― se enfadó Rafa.
―No, por favor, sácame de este
sitio...
Rafa cortó
las cuerdas. El rehén se levantó de la silla.
―Mucho mejor. Gracias...
Salieron a la
calle. La Luna, en lo alto, emitía el tenue reflejo del Sol, que apenas llegaba
para iluminar la oscura calle. Entonces el teléfono de Rafa sonó,
estridentemente, en medio de la oscuridad.
―¿Sí?
―¡Cambio de planes! ¡No le
soltéis! ¡Ni se os ocurra!
La voz
enardecida de Javi se oyó al otro lado. Su tono era nervioso.
―¿Pero qué pasa?
―¡Mierda!―se oyó la voz jadeante de Laura, tenuemente―. Vamos... a llegar tarde...
―¡El secuestrado... es...!
Se oyó un
gruñido aterrador. Rafa miró al secuestrado. La luz de la luna llena había
incidido sobre él y se había transformado en un hombre lobo.
―¡Un jodido licántropo!―bramó Rafa, sin saber muy bien si
creérselo.
―¡Salid de ahí!―gritó Javi.
Rafa y Lucas
intentaron salir del callejón, pero el enorme bicho, antes humano, les cerraba el paso. Medía como metro
y medio de alto, y eso que se mantenía sobre las cuatro patas. Acorraló a Lucas
y a Rafa contra la pared del callejón.
―Qué ojo tenemos, ¿eh? ¡Para una
vez que liberamos bien a alguien y es un puto licántropo!―gritó Lucas.
El lobo se
preparó para saltar sobre sus presas, pero en ese momento un afiladísimo
shuriken de plata cortó el aire, atravesando todo el callejón, e impactó en el cuello de la bestia.
―¡Quédate con eso, engendro del
demonio!―exclamó Javi, y
desefundando su pistola de dardos tranquilizantes disparó tres veces. El lobo
se volvió hacia él. Por detrás, llegaba Laura, casi extenuada.
―¿Qué vas a hacer?
―Acabar con este bicho― Javi disparó una cuarta vez. El
lobo se preparó para saltar.
―¡Estás loco!
―Sí, loco por ti, pero ese no es
el caso...
―No es el momento de hacer
bromita¡¡¡AAAAAH!!!
Laura no pudo
terminar la frase, el lobo saltó hacia ellos y Javi se apartó, apartándola a
ella también. Otro dardo llegó desde el otro extremo del callejón. Rafa había
acertado en el cuello del animal, que ya se tambaleaba, medio inconsciente,
pero con fuerzas para atacar aún. Saltó sobre Javi, pero éste pudo saltar a un
lado, desenfundar la thaser y disparar a máxima potencia. El animal cayó al
suelo, pero Javi no dejó de apretar el gatillo.
―¡Para ya!―exclamó Laura―.
¡Vas a matarlo!
―Como él quería matar a Rafa y a
Lucas, ¿no?― Javi apartó la
thaser a regañadientes.
―¡Pero no se puede controlar!
―Si no llego a enterarme de que
era un licántropo...
―¿Y cómo te enteraste?
El lobo se
levantó del suelo. Javi le miró, impasible, sin contestar a Laura. Se dispuso a
apuntar de nuevo con su arma, pero entonces ocurrió algo. Dos disparos surcaron
el aire e impactaron contra el animal. Éste cayó al suelo, sin vida, al
instante. En la puerta del garaje, una figura sostenía un arma en la mano.
―Yo se lo dije.
Avanzó un
poco y se dejó ver. Iba vestido entero de negro. Chaqueta, pantalón, camisa y
corbata. Tenía el pelo largo y negro, que le caía como gruesas cortinas a ambos
lados de la cabeza. Tocó con la punta de su zapato el cadáver del lobo, con
gestos de asco en su cara.
―Tus chicos son muy poco
discretos, presidente―dijo―. Sabía que intentarían liberar a
mi prisionero. Les llevo observando desde que le cogí.
Javi miró a
Rafa y a Lucas con desdén.
―Apuntaos otro tanto, chavales...
―Déjalos, no tenéis la culpa― dijo el hombre―. Sólo os dijeron que había una
persona secuestrando a otras y pidiendo rescates. Pero lo cierto es que hay
algo más gordo oculto tras estos simples secuestros, como ya veis.
Javi y Laura
miraron al hombre.
―Así que... ―dijo Javi―, ¿licántropos, eh?
―No sólo licántropos. También
vampiros.
―¡Acabáramos!―exclamó Javi, elevando los ojos a
la Luna―. Vicente, ¿eh? ¿Qué
es lo que quiere ese engreído?
―¿Vicente Vicuña? ¿Te refieres a
ese engendro del diablo?―el
tipo se volvió hacia Javi―.
¿De qué le conoces?
―¡Que de qué le conozco, dice! ―exclamó Javi―. ¿Se lo cuento por orden
alfabético o cronológico? ¿La versión resumida o la larga? ¿Empiezo por el piso
franco en las afueras? ¿Por su alianza con la sirena? ¿Por su afán de dominio?
¿Por sus ganas de crear un ejército? ¿Por su obsesión con hacerlo con
discreción soltando un virus? ¿Por sus ganas de ir a su aire, apartándose de su
propio aquelarre? ¿Ese Vicente?
―Le habéis seguido la pista, ¿eh?
―La pista y lo que no es la pista―apuntó Rafa―. Menudo desgraciado, el Vicente.
―Yo sigo preguntando para qué
querría montar semejante ejército. Primero se lo encargaron a los rusos... pero
como quisieron traicionarles, los mataron a todos. Y luego con el asunto del
virus...
―El virus es absurdo―apuntó Laura―. ¿Para qué usar un virus cuando
pueden morder?
―Discreción. Inyectar un virus es
más discreto que pegar un mordisco en una sala llena de gente. Además,
mordiendo pueden matar si se les va la mano. No es muy discreto ir dejando
muertos.
―Pero es absurdo soltar un virus y
transformar a todos―insistió
Laura―. Si toda la humanidad
queda transformada en vampiro, ¿de qué se iban a alimentar?
―Si queréis saber para qué querían
los Vicuña el ejército―
intervino aquel tipo―,
nosotros tenemos una teoría.
―¿Quiénes sois nosotros?―preguntó Laura.
―Una antigua orden templaria―respondió el hombre―. Y actualmente somos guardianes.
Guardianes de algo que cualquiera codiciaría tener.
―¿Qué es? ¿La fórmula de la
cocacola?―preguntó Javi,
mirando al hombre con sarcasmo.
―Muy gracioso―respondió el hombre―. ¿No sois unos detectives tan
listos? Pues averiguadlo vosotros. El ángel oscuro os desvelará el camino.
―¿El ángel oscuro?―preguntó Rafa―. ¿Ya está, el ángel oscuro?
―Ya está. Tened cuidado, no sólo
Vicente va tras lo que custodiamos, como habéis podido comprobar... ―señaló el cadáver del licántropo,
tirado en el suelo―. Y no
subestiméis a nada ni a nadie. Si queréis ayudarnos de verdad... podríais
apartar las narices. Aunque, si encontráis lo que estamos custodiando,
desmotraréis ser más listos que nadie.
―¿Y por qué íbamos a meter las
narices?―preguntó Rafa.
―Queridos chicos, ya estáis
metidos hasta el fondo―respondió
el tipo―. Vicente no va a
descansar hasta veros muertos y con nuestro... tesoro, entre las manos.
Su furia puede llegar muy lejos.
―Entonces encontraremos ese tesoro
vuestro― dijo Javi.
―Oh, no podréis―terció el hombre―. Está muy bien oculto y dudo que
sepáis quién es el ángel oscuro.
Se dio la
vuelta, sin más dilación, y desapareció por la misma puerta de la que había
salido.
―Un tipo majo, ¿verdad?―preguntó Lucas.
―Me encantan los tíos de traje―apuntó Laura.
―Gracias...―respondió Javi.
―Ña―
Laura le sacó la lengua.
―¡Oh, venga ya, dejad de tontear,
tortolitos! ―se exasperó
Rafa―. ¿Quién será ese ángel
oscuro?
―Vamos a averiguarlo―decidió Javi, echando a andar
para salir del oscuro callejón, que ya empezaba a darle grima.
―Eh, eh, un momento, espera,
¿vamos a seguir metiéndonos en líos?―
exclamó Rafa, siguiéndole.
―¿Qué quieres que hagamos? ¿Quedarnos
de brazos cruzados, esperar a que venga Vicente y nos mate?―le preguntó Javi, caminando de la
mano de Laura, sin volverse.
―¡Sería mejor opción esperar a que
venga Vicente y matarle nosotros a él!―Rafa
echó a andar. Corrió para alcanzar a sus amigos. Lucas le siguió.
―Ya, pero como no sabemos cuándo
va a ocurrir eso, vamos a encontrar ese tesoro templario, vamos a hacer la del
cebo con él y vamos a matar a Vicente y a esa sirena entrometida― dijo resueltamente Javi.
―Para entrometidos ya estamos nosotros,
ni sabemos por dónde empezar.
―El ángel oscuro, Rafa. El ángel
oscuro. Sea lo que sea hay que encontrarlo. Mañana a las nueve quiero a todo el
mundo en la ADICT. Buenas noches, chicos.
―¿A las... a las nueve? Oh, venga,
no puedes estar hablando en se...
―A las nueve―repitió Javi, lentamente―. Nos vemos.
Javi se
largó. Laura le siguió. Lucas y Rafa se quedaron mirando, con caras de
aflicción.
―Pues lío al canto―dijo Lucas.
―Y tiene toda la pinta de que este
lío es con templarios―Rafa
le miró―. Desde luego, lo
nuestro es mundial...
Capítulo 1.
Ángel oscuro.
No había
habido desde hacía meses tanta expectación en la sede de ADICT. El verano
anterior había tenido días movidos. Sobre todo uno de esos días había sido de
auténtico infarto. Pero las cosas habían vuelto a su curso natural, y en
septiembre se habían presentado días tranquilos. Hasta que habían comenzado los
secuestros.
―Y ese, señores― decía Sergio, en pie, delante de
todos los miembros de ADICT, tras explicar todo lo acontecido hasta la fecha― es el pastel que nos hemos
encontrado. En resumida cuentas, dos o tres secuestros cada mes. Todos con el
mismo modus operandi. La policía, desconcertada. Nosotros, trabajando, como
siempre, para sacarles las castañas del fuego. Por lo que parece, los
secuestradores tenían sus motivos, Laura...
Laura se puso
en pie y se dirigió a los allí reunidos.
―Todo indica que los secuestradores
forman parte de una antigua orden templaria que custodia algo, no sabemos el
qué, y la protege de personas como Vicente y los que han estado secuestrando,
que son hombres lobo, por lo que parece.
―El de anoche sí lo era, y casi me
mata, sí...―murmuró Javi.
―Estaba transformado, no se podía
controlar―terció Laura,
mirándole.
―Sí, sí, cuando uno me pegue un
mordisco y yo acabe igual que él, trepando montes y aullando a la luna llena
una vez al mes, igual no te parece tan inofensivo...
―No era motivo para que el
templario le matara.
―O le mataba o me mataba el bicho
a mí y después a ti...
―Callaos ya― dijo Sergio, haciendo un aspaviento con el brazo―. Sois como críos. Vamos a
empezar a investigar, ¿no? Juanjo, Héctor, José Antonio. A los ordenadores.
―¿Tenemos que hackear algo o sólo
usar el buscador?― preguntó
Juanjo, irónico. Sergio le lanzó una mirada de desdén.
―¡Buscad el ángel oscuro,
desustanciados!―bramó
Sergio.
―Tampoco hay que ponerse así...―protestó Juanjo, sentándose
enfrente de la pantalla y encendiendo el ordenador.
De pronto la
puerta de entrada cayó estrepitosamente. Un tipo de metro ochenta vestido con
una camiseta que marcaba sus pronunciados bíceps la atravesó. Todos le miraron.
Se dirigió hacia Javi. Éste le miró a los ojos. El tipo, sin mediar palabra,
volteó el puño contra Javi que, sin esperarse aquel ataque, recibió el puñetazo
en plena cara, cayendo al suelo. El tipo se agachó y le agarró del cuello de la
camisa. Entonces Javi, con su nariz goteando sangre, reaccionó. Agarró los
pulgares del individuo y se los retorció, haciendo que le soltara. Acto seguido
lanzó una patada frontal contra él, que no fue muy efectiva.
―¡Que alguien les separe!― exclamó Laura. José Antonio se
puso entre los dos contendientes para intentar poner orden, pero el recién
llegado le dio una patada tremenda, lanzándolo de espaldas contra Javi, que
cogió a su amigo y cayeron de espaldas contra la mesa de escritorio, haciendo
que se cayeran la mitad de las cosas al suelo.
―¿De dónde ha salido este?―preguntaba José.
―Ni idea, ¡¡pero yo lo mato!!―exclamó Javi, limpiándose la
nariz.
El tipo pegó
un grito ensordecedor y se lanzó corriendo contra Javi. Éste se plantó en el
suelo y, cuando el otro iba a voltear el puño para pegarle otro puñetazo, Javi
lanzó el pie lateralmente contra el bajo vientre, clavándole el talón. El
sujeto fue detenido en seco por la planta del pie de Javi, y a continuación
éste cerró su puño y golpeó con los nudillos a las costillas flotantes, para a
continuación encadenar dos golpes de codo consecutivos con el brazo derecho,
uno frontal contra el esternón y otro circular contra la barbilla, derribando
por KO al matón, que cayó sobre una mesita cuyas patas se tambalearon por el
impacto y quedó destrozada. Acto seguido sacó un pañuelo de papel y, más detenidamente,
se limpió la sangre de la nariz, que ya empezaba a manchar el suelo.
―¡Musculitos a mí! ¡¡JA!!―bramó, escupiendo sangre encima
del matón―. Averiguad quién
es este desgraciado, Rafa. Encerradle un rato en la sala de aislamiento, que le
dé la sombra...
―¿Estáis bien?―Sergio se acercó a Javi y a José.
―Yo sí―respondió José Antonio―.
Hace falta más que eso para acabar conmigo.
―Mi nariz está perfectamente―respondió Javi, irónico―. Dentro de poco dejará de
sangrar... Ay.
―Pobre chico guapo...―Laura se acercó y le abrazó.
Galindo se
adelantó y arrastró al tipo hacia la sala de aislamiento.
―Recuérdame que no me meta más
contigo...―dijo.
―Bueno, debido a lamentables
incidentes ocurridos aquí hace un tiempo, creo que eso ya lo sabes― respondió Javi, dándole una
palmadita en el hombro.
―¿Me ayuda alguien?―pidió Galindo―. Este fardo pesa como mínimo
cien kilos.
Pero alguien
más había entrado por la puerta. Lucas fue a ayudar a Galindo. A los pocos
segundos estaban de vuelta.
―Vaya, veo que ya os ha atacado―dijo el recién llegado, mirando
los destrozos ocasionados por la pelea. Era el mismo tipo de la noche anterior.
Llevaba el mismo traje y unas gafas oscuras.
―Si eso es atacarnos, lo que le ha
hecho Javi a él no sé cómo se llamará―
dijo Rafa, entre risas. Galindo y Lucas se pusieron junto a su amigo,
sonrientes.
―Descoyuntarle los huesos...―comentó Lucas―. Como mínimo.
―No os riáis, chicos―replicó el templario―. Sin duda este quería vengarse
por lo de anoche.
―Yo me estoy perdiendo ya―dijo Lucas.
―Es porque tú ya naciste perdido―respondió Rafa, con sorna.
―¡CALLAOS YA, COÑO!―exclamó Sergio, perdiendo la
paciencia. Se volvió hacia el recién llegado―.
No tengo el gusto de conocerle, señor... hum...
―Dumoutiers. Jean – Jaques
Dumoutiers―respondió el
templario.
―¿A qué debemos esta vez el
placer?―preguntó Rafa.
―Venía persiguiendo a ese
licántropo desgraciado que quería mataros.
―Matarme― recalcó Javi, apretando su nariz
con el pañuelo. Apenas se extrañó ante la mención de que era un licántropo.
―Sí, eso―respondió Dumoutiers―.
Matarte. Para el caso es lo mismo. No tardará en despertarse...
Javi miró a
Dumoutiers, extrañado.
―Si después del montón de
sartenazos que le he dado me dices eso...
―Los licántropos son así. Sanan
rápido. Por eso es mejor eliminarlos de un golpe―dijo
Dumoutiers, con una sonrisita.
―Rafa, Lucas, Galindo―llamó Javi, sin dejar de mirar a
Dumoutiers fijamente a los ojos. Le había parecido ver un atisbo de algo
extraño, aunque pudiera ser un efecto óptico―.
Id e interrogad a nuestro prisionero.
Rafa, Lucas y
Galindo desaparecieron por el pasillo. Dumoutiers le habló de nuevo a Javi.
Éste le invitó a sentarse, pero el templario declinó la invitación. Javi se
sentó junto a Laura.
―No pareces muy sorprendido―dijo Dumoutiers―. Normalmente siempre que llego
tarde, esos desgraciados ya han matado a su víctima. No suelo llegar tarde,
aunque esta vez...
―Esta vez se le han anticipado―interrumpió Javi.
―Sí... eso es. Se me han
anticipado. Sin duda creen que estáis bajo la pista.
―¿Bajo la pista de qué?―preguntó Laura.
―De momento, no importa―respondió Dumoitiers―. ¿Qué sabéis acerca de los
templarios, muchachos?
―Fueron fundados en el siglo XII―dijo Javi―. Eran las unidades mejor entrenadas que
participaban en las cruzadas. Crecieron y tomaron poder, crearon complejas
estructuras económicas, aunque a lo largo del siglo XIII algunos fueron
arrestados y ejecutados. Jacques de Molay fue el último gran maestre templario.
Siglo XIV. Querían unificar todas las órdenes militares bajo el mando de un
mismo rey, y De Molay se negó. Fue lo que condenó a los templarios a su
desaparición tras dos siglos de esplendor.
―Muchos fueron encarcelados y
torturados―añadió Laura―. Al final tuvieron que aceptar
los cargos por los que se les condenó, ya fueran o no inventados.
―Sí, esa es básicamente la
historia―dijo Dumoitiers―. Sin embargo, la leyenda cuenta
que el último gran maestre Jacques de Molay no dijo nada mientras le
torturaban. Dejó un último legado. Un legado que fue a parar a mi familia.
Ahora la
expectación era máxima. Javi no hablaba. Laura tampoco. Los demás escuchaban.
Juanjo y Héctor habían dejado de buscar en el ordenador. Incluso Rafa, Lucas y
Galindo se habían detenido a mitad del pasillo y habían vuelto sobre sus pasos
para escuchar a Dumoitiers, que, vista la expectación despertada en los chicos,
siguió hablando.
―Ese legado―continúo―
es único. Según cuenta la leyenda, servirá para derrotar al Mal más antiguo. Y
ese era el gran objetivo de Jacques De Molay, que escondió este arma con un
complejo sistema de pistas...
Ruidos y
golpes interrumpieron el relato. Sergio bufó.
―Es ese imbécil otra vez. ¿Está en
la sala de aislamiento?
Galindo
asintió. Sergio se dirigió a la sala de aislamiento, con su thaser en la mano.
Se oyó un forcejeo, un golpe y, a continuación, todo quedó en silencio. A los
pocos segundos volvió Sergio, con un ojo morado y una cara que no invitaba
precisamente a preguntarle qué había pasado. Solamente miró al templario y le
dijo:
―Continúe...
―Sergy, cuando queramos que te
comportes como un bestia, te lo diremos...―dijo
Javi, irónicamente.
―Ese mandanga no va a seguir
haciendo el imbécil―dijo
Sergio―. De eso nada,
estamos aquí con el templario y...
―Valeeeeeeeeeeee, me he enterado―Javi levantó la mano y Sergio se
calló―. Por favor... siga― le dijo a Dumoitiers.
―Bien―dijo el templario―.
Estaba diciendo que De Molay escondió el objeto bien escondido, tan bien
escondido que un antepasado mío, Alaric Dumoitiers, pasó gran parte de su vida
descifrando el secreto que el último templario le había dado. Las
averiguaciones que fueron haciendo pasaron de generación en generación hasta
que el tesoro fue encontrado. Pero como un secreto así sale a la luz muy
pronto, algunos conocidos vuestros intentaron hacerse con él. Desde entonces y
hasta ahora lo hemos estado protegiendo.
―¿No estaría mejor en algún museo?―preguntó Rafa, desde el umbral de
la puerta que cruzaba hacia el pasillo.
―No lo creo―replicó Dumoutiers―,
y además nadie de mi familia puede llevarlo a ningún museo. Debemos mantenerlo
oculto. Hicimos un juramento. De encontrar el tesoro, lo protegeríamos con
nuestra vida.
―¿Y qué pintamos nosotros aquí?―preguntó Javi―. Porque es obvio que no nos está
contando esto por amor al arte.
―Sí. Es cierto. Es vuestra
decisión buscarlo o manteneros al margen. Vicente Vicuña y su amiga la sirena
van a por él. Los lobos que hemos estado reteniendo los últimos días, no sé qué
pretenden, pero parece que van a por los que quieren el tesoro. Vicente conoce
la clave. El Ángel Oscuro―explicó
Dumoitiers.
―¿Pero qué significa...?
―Recordad. El tesoro fue ofrecido
porque él lo quiso. Es la primera de las claves―continuó
el templario.
―¿A quién fue ofrecido?―preguntó Lucas―. ¿Y... y quién es él?
―Y en qué lugar se enamoró de ti,
no te jode...―murmuró Rafa,
con ironía―. ¡Cállate ya, so
melón! No nos va a decir nada más...
―Cierto, no os voy a decir nada.
Partís con ventaja. Vicente no sabe esa clave. Pero si queréis ayudar, debéis
evitar que Vicente encuentre el tesoro. Y eso no ocurrirá, puesto que lleva
tiempo tras él y urdiendo estratagemas para conseguirlo.
Dumoitiers se
dirigió hacia la puerta y se fue, dejando a los chicos con cara de
circunstancias.
―Lo del ángel oscuro suena o a
alguien que no quiere ser reconocido o a leyenda antigua― apuntó Lucas, poco después, tras un par de minutos
de silencio.
―Leyenda antigua. Templarios.
¿Existe alguna leyenda con ángeles oscuros?―preguntó
Rafa.
―Sea lo que sea, hay que encontrar
ese ángel oscuro desde la pista―
dijo Javi, levantándose, y empezó a dar vueltas por la habitación―. Es evidente que tenemos una
pista: Fue ofrecido porque él lo quiso. Y eso debe llevarnos, se supone,
a ese ángel oscuro del que hablaba Dumoitiers. Así pues, deberíamos centrar ahí
las búsquedas. Poneos a ello. Yo voy a buscar a mi despacho. Tengo una
colección de libros de leyendas que me río de Internet.
―¿Te acompaño?―preguntó Laura.
―Claro―dijo Javi―.
Tardaremos menos y podremos al menos pasar una tarde de relax juntos.
―Me conozco yo vuestras tardes de
relax― se oyó la voz de José
Antonio.
―¡Sí, son iguales que tus noches
de juerga con Sandra, imbécil!―bramó
Javi, mientras entraba en su despacho detrás de Laura, dando un portazo.
Todos se
quedaron mirando a José Antonio primero y a Sandra después.
―¿Vosotros dos...?―preguntó Galindo, con un visible
gesto de asco en su cara. Lucas no pudo contener la risa.
―¿Qué pasa?―preguntó José Antonio.
―No, si no pasa nada―dijo Galindo, enchufando un
ordenador, y le murmuró a Lucas al oído―.
Pasa que te ríes de Javi cuando se ha llevado él a la tía más buena que hay en
la ADICT… y tú a la pelirroja.
Lucas se
partió de risa. Un grito les sacó de su momento gracioso.
―¡¿QUERÉIS BUSCAR YA AL JODIDO
ÁNGEL ESE, DESUSTANCIADOS?!
Sergio.
―Bueeeno, vale, vale, ya vamos.
Qué malas pulgas... ¡pero siguen sin gustarme las pelirrojas, Sergy!―Galindo entró en el buscador de
internet de mala gana.
Estuvieron
toda la mañana mirando páginas web de todos los tipos, buscando leyendas
urbanas relacionadas con aquello. A la una de la tarde, Irene anunció:
―Creo que tengo algo. He
investigado poniendo en el buscador la pista, “fue ofrecido porque él lo
quiso”, entrecomillado, y a continuación “ángel oscuro”. He visto desde
extraños seres alados en México, que pueden ser hadas, hasta, y observa bien,
Sergy... esto― Irene giró la
pantalla del ordenador.
Sergio
observó la pantalla de Irene. Algo debió llamar su atención, porque le dijo a
los demás:
―Dejad lo que estéis haciendo y
venid aquí.
Y a
continuación:
―¡Javi! ¡Laura! ¡Irene ha
encontrado algo!
Javi y Laura
salieron del despacho. Laura llevaba un libro en la mano y un dedo entre sus
páginas, marcando una en concreto.
Irene tomó la
voz cantante.
―Una antigua cripta de un
cementerio. En Talaván, un pueblecito de Cáceres. La pista es una cita bíblica
del profeta Isaías. Fue ofrecido porque él lo quiso. Año 1628.
―Los ángeles malos de Talaván...―Sergio leyó el encabezado―. ¿Qué tienen que ver con la cita
bíblica?
―En la cripta se puede leer esa
frase junto con otra. Los bichos son feísimos, tienen toda la pinta de ser
ángeles oscuros. Creo que es el buen camino. Lo más intrigante de todo es que
nadie sabe cómo llegaron hasta allí. Ni siquiera en los archivos del
Ayuntamiento del pueblo se explica quién hizo esas pintadas.
―Lo que puede llevarnos de nuevo a
los Templarios―sugirió
Lucas.
―Fue ofrecido porque Él lo
quiso. Y Él cargó con nuestros pecados―leyó
Rafa―. Si en mi pueblo
hubiera algo como eso, yo me largaría.
Laura le pasó
el libro a Javi, a una indicación de éste.
―Hemos revisado como once libros
de leyendas antiguas o relacionados con templarios― dijo Javi―.
Hemos buscado por todas partes algo relacionado con esa cita bíblica. La verdad
es que nuestra conclusión había sido la misma.
Puso el libro
abierto encima de la mesa. La fotografía que salía a toda página era tan
horrible que más de uno pegó un salto.
―Se parece a ti, Javi...―dijo José Antonio.
Hubo unos
instantes de silencio.
―Se parece más a ti, igual eres
descendiente suyo―replicó
Javi, al cabo, con ironía―.
Nos vamos a Cáceres, caballeros. ¿Hay algún voluntario que quiera acompañarme a
la cripta de los ángeles malos?
Más silencio.
―No os tiréis todos de golpe,
valientes...
Laura se
adelantó.
―Iré yo. No vas a ir solo a ese
sitio.
Javi sonrió
levemente.
―¿Alguien más?
Ninguno más
levantó la mano ni hizo gesto alguno para decir que les acompañaban. Nadie tenía
ganas de entrar a aquella cripta.
―Está bien. Laura, vamos a hacer
las reservas del viaje.
―¿Cuándo nos vamos?
―Cuanto antes, mejor. Si podemos
mañana, pues mañana.
―Bien...
―Y vosotros― Javi se dirigió al resto de los allí presentes― sois unos cobardicas. Tenéis
miedo de unas pinturas en el techo de un cementerio abandonado donde no hay
absolutamente nadie desde hace siglos.
―Ese lugar tiene algo maligno que
no me gusta―apuntó Sergio.
―Es verdad― dijo Galindo―.
No sé qué puede ser, pero miro a los ojos a esos bichos y no quiero ir allí.
―Ya, claro. Sacaré fotos y os las
traeré...―dijo Javi,
dirigiéndose hacia su despacho.
Año 1143.
En el siglo
XII, el rey Alfonso I el Batallador dejó escrito en su testamento que todas sus
posesiones pasarían a manos de las tres órdenes militares de la Tierra Santa:
la Orden del Santo Sepulcro era una. La Orden del Hospital era la otra. La
Orden del Temple fue la tercera. Fue Ramón Berenguer IV quien solucionó la
cuestión, años después, consiguiendo sustanciosos beneficios para la Orden del
Temple, en el año 1143.
Muchas luces
y sombras hubo a lo largo de los siglos con aquel asunto, que pareció caer en
el olvido hasta que, en el lecho de muerte de Jacques De Molay, último gran
maestre templario, Alaric Dumoitiers recibió un secreto de sus manos. Una pista
que indicaba la clave para lograr encontrar el tesoro templario que acabaría
con el Mal Más Antiguo. Una clave que jamás debería caer en malas manos. Un
indicio que conduciría a aquel objeto, herencia del rey Alfonso I. Alaric
encontró y guardó una fabulosa colección de armas de los templarios, que habían
sido ocultadas en los últimos años de la Orden del Temple, justo cuando su
decadencia comenzaba a hacerse patente. Pero no pudo hallar nada de aquel objeto
oculto.
Alaric comenzó
a investigar. De Molay había sido su maestro, su mentor, lo más cercano a un
padre que había tenido en su vida. A lo largo de los años fue acercándose
paulatinamente a aquel tesoro, pero no era suficiente. El secreto pasó de
generación en generación y cada miembro de la familia estaba cada vez más cerca
de conseguir encontrar algo...
Capítulo
2.
Cementerio
maldito.
El mismo
viernes Javi y Laura partieron hacia Cáceres. El viaje fue largo, desde las
diez de la mañana hasta las diez de la noche, en autobús. Nada más llegar al
hotel, ordenaron el equipaje en la habitación y se echaron a dormir, cansados
del viaje.
A la mañana
siguiente se despertaron a las ocho, desayunaron, y a las nueve ya estaban
listos para ir al pueblo y echar un vistazo al cementerio antiguo. Tuvieron que
coger un taxi para llegar hasta Talaván. Una vez allí, miraron alrededor. Era
un pueblo acogedor y pequeño. A lo largo de los últimos años su población había
disminuido notablemente. La gente abandonaba el pueblo y se iba a otros
lugares. Laura miró a Javi.
―¿Dónde está el cementerio ese?
―Lo mejor es que preguntemos a
alguien. A ese señor de allí, mismo.
Se acercaron
al hombre, que estaba pintando la fachada de su casa.
―Buenos días...―dijo Laura.
―Buenos días― el hombre dejó de pintar y les
miró.
―¿Podría decirnos cómo llegar al
cementerio antiguo?
La pregunta
causó un efecto extraño. El hombre les miró como si estuvieran locos.
―No vayáis a ese sitio. Está
maldito.
―Verá, somos una asociación de
detectives―respondió Javi―, y vamos tras una pista que nos
ha conducido hasta este sitio...
―Ese lugar está maldito. Las almas
de los condenados vagan por la cripta―
respondió el hombre―. Es
mejor que no vayáis allí. Si las molestáis, el alma del Hombre Gato os
perseguirá eternamente.
―¿El Hombre Gato?―se extrañó Javi, mirando a Laura.
―Más os vale no incordiarles―insistió el hombre―. Hay cosas mejores que ver que
ese viejo y podrido cementerio. Nadie en este pueblo va nunca allí.
―De todas formas queremos echar un
vistazo― dijo Laura.
―Os he prevenido―contestó el hombre―. Seguid el camino hasta el
final. Allí lo veréis. No rompáis las ramas de la higuera al trepar el muro. A
los condenados eso no les gustaría.
Javi y Laura
se miraron.
―Estoy empezando a tener miedo―dijo Laura, mientras echaban a
andar por el camino que llevaba hasta el cementerio.
―Son supersticiones de pueblo―Javi le dio la mano, intentando
que se tranquilizara―. En
los pueblos pequeños estas cosas son normales. Todas estas leyendas urbanas son
típicas, y han estado pasando de generación en generación hasta nuestros días.
Y seguro que corregidas y aumentadas.
Caminaron
hasta el final del sendero. El muro del viejo cementerio, devastado por el paso
del tiempo, se alzaba delante de ellos. Dieron una vuelta alrededor del muro.
Atisbaron una abertura en el mismo y pudieron entrar. Un simple vistazo al
camposanto hizo llegar a Javi a una rápida conclusión:
―Hace años que no viene nadie
aquí. Esto es un estercolero y las malas hierbas crecen sin control. Nadie, o
al menos muy poca gente ha estado aquí.
―No sé qué hay aquí, pero empiezo
a tener miedo―dijo Laura.
Javi se
detuvo en seco. La cogió de las manos y la miró a los ojos.
―No pasa nada. Estoy aquí, ¿vale?
Laura sonrió.
Siguieron abriéndose paso entre los matojos y hierbajos. Entraron en un
habitáculo a cielo descubierto donde había algunos nichos, podridos por el paso
del tiempo, y restos de huesos humanos en el suelo.
―Da mala espina. Sí. Mucha mala
espina...―murmuró Javi.
Laura apretó más la mano de su chico.
―Tenías que haber obligado a
alguien más a venir. A José Antonio, que es mucho hablar y luego no hacer
nada...
―Son unos cobardicas―respondió Javi―. Lo único que da miedo de este
sitio es que está viejo, podrido, cochambroso y hecho una verdadera mierda. Ya
está. No hay nada ni nadie aquí. Encontramos la cripta, buscamos el significado
de la pista y nos largamos.
Continuaron
avanzando. Al frente, imponente, una higuera, trataba de hacerse con todo el
espacio de alrededor, y detrás del enorme árbol había un hueco. Los chicos se
dirigieron al árbol, que parecía intentar disuadir de entrar por el hueco a
cualquiera que se acercara.
―Esta es la higuera de la que nos
habló el lugareño―apuntó
Javi―. Rompamos las ramas y
el Hombre Gato nos perseguirá como nos persiguieron los Vicuña...
―¡No bromees con esas cosas!―dijo Laura, asustada.
Atravesaron
la maleza y el habitáculo de los nichos y traspasaron la vieja higuera. Una
gran abertura en la pared les indicaba que ya había llegado allí. Frente a
frente, se encontraron con la cripta.
Javi miró al
frente, tratando de mostrarse impasible. Laura le daba la mano, que temblaba
sobre la de él.
―Entremos.
Decididamente
se adentraron en la cripta. Laura miró hacia el techo, pero bajó la mirada y se
abrazó a Javi, aterrorizada. Javi la abrazó fuerte. Su expresión impasible se
tornó en ceñuda al ver a aquellos pintorescos dibujos en el techo. Veinte
ángeles con capirotes, mostrando los dientes, como si estuvieran dispuestos a
bajar desde el techo y abalanzarse sobre ellos. Insitintivamente Javi se llevó
la mano a la funda y sacó la pistola de dardos somnífero, apuntando luego a
algún sitio que más tarde, ni siquiera él mismo sabría explicar:
―Era como si sintiéramos una
amenaza sobre nosotros. Que íbamos a ser
atacados de un momento a otro.
Y Laura no se
atrevía a levantar los ojos. Y Javi no sabía muy bien dónde estaba apuntando ni
de lo que iban a tener que defenderse. Pero estaban solos. No había ni un alma
en aquel sitio. Aunque... ¿ni un alma? La impresión que le daba a los chicos no
era aquella, precisamente. Porque notaban como si hubiera alguien más allí,
acechándoles. Javi levantó la vista. Pudo entrever un latinajo que recorría la
cúpula, por debajo de las horribles figuras. Lo leyó, lenta y pausadamente. Le
costaba leerlo, debido a las grietas de la cúpula y el deterioro provocado por
el paso del tiempo.
―Fue ofrecido porque él lo quiso―tradujo Laura―. Y él cargó con nuestros
pecados. Isaías. 1628.
―Sí. La cita de nuestro misterioso
francés existe, y la tenemos delante. Esa segunda parte no nos la dijo
Dumoitiers―apuntó Javi―. La encontramos por Internet. Él
cargó con nuestros pecados. Evidentemente se refiere a Jesucristo. ¿Pero cómo
podemos relacionar eso con el caso?
―Jesucristo se sacrificó por todos
nosotros―dijo Laura, que
seguía sin atreverse a levantar la vista del suelo.
―Entonces eso nos llevaría a
sacrificios. Sacrificios templarios, tal vez―
dijo Javi, sacando su móvil y buscando.
―¿Sacrificios templarios?
―Sí. Es la clave. Tiene sentido...―tras unos segundos, pudo
encontrar algo―. Mira. La
leyenda cuenta que algunos templarios adoraban a Baphomet. Una especie de
demonio. Y le ofrecían sacrificios. Incluso encaja con la otra pista. Pero en
este sitio tiene que haber algo más...
―¿Pero a qué se refiere con el
Baphomet?
―Alguna criatura a la que los
templarios adorasen, según se cuenta. Fue una excusa que sirvió para exterminar
a la Orden del Temple, quemándoles en la hoguera.
―El caso―dijo Laura, asimilando lo que acababa de decir Javi― es que lo tenemos. Hemos
comprobado que este sitio existe. Y tengo ganas de irme.
―Sí... vámonos―Javi se dio media vuelta y echó a
andar hacia la salida de la capilla.
Al irse,
enfrente de los destrozados nichos, observaron otra extraña representación.
―Mira, el Hombre Gato―dijo Javi, con más desdén que
miedo―. Y fíjate en esa otra
figura.
Una extraña
representación de ángel, si es que podía llamarse así, sostenía algo entre sus
manos. Laura y Javi se detuvieron a mirarlo.
―No es ninguna representación
cristiana―comentó Javi.
―No lo es. Y da miedo. ¿Qué tiene
entre las manos? Parece un vampiro antiguo―Laura
volvió a abrazarse fuertemente a Javi.
―Lo que refuerza nuestra tesis. Este
dibujo es la clave. Sí. Míralo. Es esto. Sin lugar a dudas, es esto...― Con el móvil, Javi tomó un par
de fotos del macabro dibujo. Guardó el móvil en el bolsillo de su chaqueta.
Sostuvo la mirada unos segundos, como desafiando a la pintura. Le pareció ver
una abertura en la pared. Un pequeño hueco. Acercándose, echó un rápido vistazo
a su interior. Vio algo allí. Extendió un dedo en el interior del hueco y se
topó con una llave. La sacó, sorprendido, y la miró. Entonces, proveniente del
exterior, se oyó un ruido. De inmediato ambos desenfundaron sus armas, de
nuevo. Javi miró a Laura.
―Si nos matan, quiero que sepas que nunca he querido a
nadie tanto como a ti, Lauri.
―Si nos matan juntos, tampoco será un final tan malo, ¿no?
Javi sonrió. Era una sonrisa
siniestra.
―Hemos salido de situaciones mucho peores. No voy a
achantarme por culpa de un ridículo dibujo en la pared...
El ruido volvió a oírse. Se
dirigieron al muro para salir de allí. Un gato salió corriendo entre los
matorrales. Javi enfundó el arma y se rió.
―Un gatito―dijo, mirando a Laura. Ella se
rió también.
―Sólo era un gato. Sí. Pero este lugar me sigue dando mala
espina. Ya tenemos las pistas que queríamos. Y esta llave tan rara. Vámonos ya
al hotel.
Javi asintió. Miró el reloj.
Eran ya más de las doce y media. Cogió su móvil y envió unos mensajes.
CARTAGENA. SEDE DE LA ADICT.
―Baphomet―dijo Sergio, mirando el móvil.
El mensaje de Javi acababa de llegarle. También las fotos que había enviado―. ¿Qué quiere decir la llave? Pero, sobre todo, ¿qué o
quién es Baphomet?
―Una marca de condones―respondió Galindo, sin pensar.
―Eres imbécil―le espetó Rafa,
despectivamente―. Pero imbécil. Para marca, la
que te voy a dejar yo en la cara.
―No es para ponerse así, hombre...―dijo Galindo―. Todo puede ser.
Marta había optado por
sentarse en un ordenador y teclear las palabras “Baphomet” y “Templarios” en el
buscador de Internet.
―Si dedicarais más tiempo a buscar y menos a hacer el
cabra, habríamos terminado con esto hace tiempo―dijo
Marta―. Mirad.
―Según esto―Sergio miró la pantalla del
ordenador― los templarios adoraban a
este ser repugnante de cabeza peluda y cuernos.
―No todos―apuntó Marta―. ¿Hay algo más que nos aporten Javi y Laura?
―Sacrificios templarios. Al parecer la otra cita bíblica
que han encontrado hace referencia al sacrificio. Además, han encontrado una
figura de un hombre gato y otra más, una especie de ángel macabro sosteniendo
algo en sus manos. Por eso piensan que tiene que ver con los sacrificios
templarios. Algo relacionado con lo divino que invoca a algo relacionado con lo
oscuro. También encaja con lo del ángel oscuro.
―Mirad esto― señaló Marta, que seguía
buscando información―. Parece ser que, al adorar a
este bichejo, lo cual no era demostrable, el rey de Francia pretendía acabar
con la Orden del Temple para así quedarse con todo lo que poseía.
―¿Hay algo más?―preguntó Rafa.
―Poca cosa. A veces le ofrecían animales en ofrenda y le
realizaban peticiones, como muestra de culto. Se solían reunir y quien presidía
la ceremonia mataba al animal con una espada y luego lo quemaban―leyó Marta―. Por supuesto, no todos los
templarios participaban de estas prácticas, pero para Felipe IV fue motivo
suficiente para acabar con ellos y quemarles en la hoguera por herejes.
―¡El otro flanco!― exclamó Sergio, dirigiéndose
entonces a Juanjo y Héctor―. ¿Tenéis algo?
―Creemos que sí―dijo Juanjo―. Al ser el símbolo de Talaván el barquero, el mapa nos
lleva por la Vereda Real de Castilla. Hemos investigado paso a paso ese camino.
―¿Y bien...?
―Hasta hace poco estaba perdido, pero con lo que habéis
dicho el puzzle encaja―dijo Juanjo, que parecía algo
entusiasmado―. Por la Vereda Real de
Castilla se cruzaba el Tajo al paso por Talaván en barco, para seguir camino.
Ya te he dicho que hemos investigado esa ruta palmo a palmo, intentando
relacionarla con los templarios. Pues bien, agárrate: esa ruta pasa por
Plasencia y allí hay expuestos permanentemente objetos templarios.
―¿Nada más que eso?― preguntó Sergio.
―Hemos examinado el camino e investigado todos los puntos
por los que pasa―intervino Héctor.
―Pero eso sólo no es motivo para pensar que hay que ir a
Plasencia― Sergio, viendo el entusiasmo
de los chicos, les echó hacia atrás―. Vale que haya una exposición
templaria, ¿pero por qué ese sitio?
―Porque―dijo Juanjo―, por ejemplo, las barcas con las que se cruzaba Talaván
pertenecieron antiguamente al obispado de Plasencia. En aquella época no había
puentes. Los habitantes de Talaván estaban exentos del pago por cruzar el río
Tajo.
Hubo unos minutos de silencio.
Héctor fue a hablar, pero Sergio parecía estar uniendo términos.
―Bien... La Vereda de Castilla cruza el Tajo por Talaván,
el símbolo de Talaván es el barquero, los barcos pertenecían a Plasencia y en
Plasencia hay una exposición templaria, ¿es eso?
―Sí, eso es―afirmó Juanjo.
―Muy bien. ¿Hay relación templaria con Talaván, sí o no?―preguntó Sergio, que quería asegurarse de atar todos los
cabos. La relación con Plasencia estaba hecha. La relación con los templarios,
a medias.
―Creíamos que Javi y Laura habían encontrado las
inscripciones en los muros...―dijo Marta.
―Sí, eso está muy bien, pero Dumoitiers seguro que sabía lo
que hacía. Ir hasta Plasencia y no encontrar nada sería frustrante.
Juanjo comenzó a buscar de
nuevo. Héctor le imitó. Marta se dirigió hacia la biblioteca de la sede,
mirando en la enciclopedia. Juanjo encontró algo al poco tiempo.
―He buscado por la historia de Talaván―le dijo a Sergio, enseñándole la pantalla―. Siglo XII, Fernando II conquistó las tierras y las cedió
a la Orden del Temple. Las llamaron “Talauan y su campo”. Los almohades
atacaron varias veces. Luego quisieron imponer un pago por el cobro del río.
Aquí tienes lo que encontré antes por otro lado: “el dominio espiritual
dependía del obispado de Coria y el territorial correspondía al concejo de
Plasencia: <<…Et ultra fluvium
Tagum, […] Et de
Portu de Ibor, sicut itur in directum ad rivum qui dicitur Almont. Et Almont ad
jussum, sicut cadit Geblancus in Almont. Et Geblanco arriba, sicut itur ad
Tamujam et…>> (Privilegio Fundacional de Plasencia, Alfonso
VIII, 1184).
―Y la Orden del Temple obtuvo muchos privilegios. Entre
ellos el camino de Talaván al que nos referimos era de los más transitados. Al
final la Orden de Alcántara perdió la paciencia y atacó a los templarios para
reclamar las tierras sobre las que éstos tenían tantos privilegios― resumió Sergio, mirando la pantalla del ordenador.
Sergio parecía satisfecho.
Había relaciones más que de sobra para ir a investigar a Plasencia.
―Según la leyenda escrita, en las espadas con las que los
templarios hacían sus sacrificios debería de haber grabados― intervino Marta de nuevo, con la nariz pegada a un libro―. Están ocultos, pero al calentar el filo éstos salen a la
luz.
―Si eso es cierto, la siguiente pista está en la espada― dijo Rafa, pensativo.
―Eso quiere decir que hay que agarrar la espada y sacarla
de allí, ¿no?―preguntó Lucas.
―Lucas... ―Sergio le miró, peligrosamente―. ¿Estás diciendo que hay que robar la espada?
―¿Cómo si no quieres examinarla detenidamente, calentar el
filo y ver si tiene algún grabado que nos pueda conducir a la pista siguiente?― inquirió Lucas.
Silencio sepulcral. Sergio le
miró.
―¿Y por qué no preguntamos si nos la dejan prestada?
―Es todo tan bonito… ―se oyó una voz.
Sergio se
volvió. El templario estaba allí.
―¿Qué pasa ahora? ―preguntó Sergio.
―Esto―dijo, dejando un pequeño cofre en el suelo―. Aquí dentro tenéis un plano.
Vicente no sabe nada de este cofre. Y tiene que seguir así.
―¿Ya está? ¿Así de simple?
―Si lo habéis hecho bien habréis
encontrado la llave, ¿no?
Dumoitiers
dejó la caja en el suelo y se fue, igual que había venido, misteriosamente, sin
añadir nada más.
―Mira. El tesoro. Javi y Laura
tienen la llave. Y nosotros investigando como imbéciles…― decía Rafa, algo enervado. Sergio le contestó:
―Pues llamemos a Javi y Laura y contémosles
las novedades…
―¡¡Ya he perdido la poca paciencia que me quedaba!!
―Puedes volver a intentar otro plan, Vicente.
―¡No puedo! ¡Estoy harto! ¡Todos los planes de Serafín han
salido mal! ¡Lo de que los Voronkov nos ayudaran salió mal! ¡Lo del maldito
virus salió mal! ¡La ADICT nos jodió en tan solo veinticuatro horas algo que yo
llevaba años planeando! ¡¡Y LA CULPA ES TUYA, MALDITA ZORRA!!
Vicente dio un golpe en la
mesa, partiéndola por la mitad. La ira que reflejaba su rostro era algo que
Raquel no había visto jamás.
―Eh, sin faltar. Mi venganza iba con Serafín, no contigo.
Tú me importas un bledo, vampirucho. No entiendo por qué te lo tomas así...
―¿Que por qué me lo tomo así?―le
espetó Vicente a la sirena, mirándola peligrosamente a los ojos―. Tú... estás aquí por casualidad, no lo olvides. Y yo
llevo casi cuatrocientos años tras esos objetos. ¿Y me dices que no me lo tome
así?
―¿Cuatrocientos años?―la sirena se asombró―. ¿Tanto? ¿Pero por qué?
―¡No te importan mis motivos! ¡A nadie le importan! Ese
cerdo de Jean Jacques cambió todas las claves en cuanto tuvo la ocasión, y lo
peor de todo es que nadie logró enterarse. Se llevó el tesoro a un sitio que
sólo él conoce... pero olvida que yo voy un paso por delante. El ángel oscuro
es la clave.
Raquel le miró, incrédula.
―¿El ángel oscuro?
―Sí, Jean Jacques lo dijo...
―¿Para eso me haces ir a espiarles, para saltarme con esas,
para decirme que conoces la pista?
Vicente pegó un bufido de
impaciencia y giró su cabeza hacia la sirena. Sus ojos se clavaron frente a los
de ella. Su mirada emanaba odio.
―Es obvio que no conozco la pista y que el ángel oscuro no
sé lo que es. Por eso te envié allí, pequeña cola escamosa... Así que cuenta.
―Y yo qué sé. Sólo les oí decir algo de una espada. Y la
Vereda Real de Castilla. Luego me llamaste y dijiste que viniera. Si pasó algo
más o dijeron algo más no lo sé. Así que eso es todo.
―¡La espada!― Vicente casi pegó un salto―. Sí... la espada. Entonces ya sé lo que es. Había una
espada en las claves antiguas, antes de que Jean Jacques las cambiara todas. Es
una espada templaria y en su filo se pueden ver las siguientes pistas. Supongo
que Jean Jacques modificó debidamente aquello...
Raquel torció el gesto.
―¿Me vas a explicar qué...?
―¡Los templarios hacían sacrificios de animales al Baphomet!
Y usaban una espada para sacrificar a las bestias. Una espada que tiene... oh,
sí, una clave, pequeña cola escamosa― a Vicente le brillaron sus
ojos color rojo sangre―. Dumoitiers escondió la
espada. Claro. ¡Ya lo tengo claro!― Vicente parecía haber entendido
todo de golpe―. Hizo un nuevo forjado sobre
la espada. Borró la inscripción antigua y puso la nueva, como pista para llegar
a la nueva ubicación del tesoro. O sea que sólo tenemos que coger la espada y
largarnos. Podemos hacerlo. La seguridad nos da igual. Tú puedes inhibir las
cámaras mientras yo me abro paso entre los guardias de seguridad. La tendremos
en cinco minutos.
―Cabe la posibilidad de que nos encontremos con los chicos
de ADICT allí.
―Pues peor para ellos, rubia―murmuró
Vicente―. Peor para ellos.
Año 1628.
Tras decenios
de investigaciones por parte de la familia, Jean Jacques Dumoutiers logró
hacerse con la clave última, que le había conducido hasta una cripta
subterránea. Allí pudo contemplarlo por primera vez. Era real. Existía. Allí estaba.
Si aquello caía en malas manos, podía desencadenarse un caos.
Era solamente
un objeto. Pero un objeto valiosísimo, por el que, sin duda, cualquiera
mataría.
Jean Jacques Dumoitiers abandonó la
cripta. Había que mantener el secreto de los templarios, su tesoro, sus
armas, a salvo. Comenzó a maquinar. Debía protegerlo. Personas de su entorno,
personas en las que confiaba, podrían ayudar a ello. Por ello se vio con uno de
sus íntimos colaboradores, Vincent Gaudin, partícipe del secreto desde el
principio, quien le había ayudado a encontrar el tesoro.
―Hay que protegerlo―le dijo Jean Jacques―. Que nadie lo encuentre.
―¿Sabes?, nuestras familias han
trabajado juntas desde hace décadas, siglos, para encontrar finalmente este
tesoro―respondió Vincent―. Creo que sería un despropósito
dejarlo ahí, sin utilizar. Podemos sacar mucha utilidad de ese tesoro, Jean
Jacques. Acabemos con el Mal Más Antiguo nosotros mismos.
Éste le miró.
Pareció escandalizarse.
―Discrepo, amigo mío. La misión
que se nos dio fue encontrar el tesoro, no quedárnoslo. Además, sólo con esto jamás
podríamos acabar con ese Mal…
―De todas formas, ya sabes que por
ascendencia, pertenece a mi familia―insistió
Vincent―. Eso no puedes
negarlo. ¡Soy descendiente del maestre Thibaud Gaudin!
―No, no lo niego. Pero fue De
Molay, y no Gaudin, quien transmitió el secreto a mi familia. Fue Alaric quien
pidió ayuda al hijo de Thibaud.
―¡Porque aquel conocía de la
existencia del tesoro y podía ayudaros mejor que nadie! ¡Lo mejor que podemos
hacer es llevárnoslo!―insistió
Vincent―. No creo que sea
una buena idea dejarlo aquí.
―¿Te haces una mínima idea de lo
que puede pasar si esto cayera en malas manos, Vincent?―preguntó Jean Jacques―.
Puede cambiar el mundo tal y como lo conocemos.
―Sí... puede cambiar el mundo― dijo Vincent.
Jean Jacques
se mantuvo inflexible. A pesar de que Vincent, por sus lazos de sangre con
quien fuera gran maestre, Thibaud Gaugin, insistía que el tesoro le pertenecía
por legítimo derecho, Jean Jacques sostenía que De Molay había transmitido el
secreto a Alaric Dumoitiers y sólo a él. Otra cosa muy distinta había sido que
Alaric, encontrándose perdido, pidiera ayuda a los descendientes de Gaudin, que
habían oído hablar también del tesoro templario.
Así, comenzaron las
discrepancias entre Jean Jacques Dumoitiers y Vincent Gaudin.
Capítulo 3.
Exposición
templaria.
Javi y Laura
habían vuelto tan pronto como habían podido.
―Bueno, Sergy, cuenta― dijo Javi.
Sergio señaló
la caja como toda respuesta.
―La trajo el tío raro ese. Dice
que dentro va un mapa que indica la ubicación del tesoro.
―Y nosotros tenemos una llave―dijo Laura. Javi le dio la llave.
Laura se inclinó sobre el candado del cofre y lo abrió. En el interior había un
cofre más pequeño, incrustado en el primero, y una hoja de papel. Estupefacta,
Laura cogió el folio. Se lo dio a Javi, que lo cogió con cuidado.
―Este escrito tiene al menos
doscientos años―observó
Javi.
―Venga ya―dijo Rafa―.
¿Cómo puedes saberlo?
―El folio parece nuevo, pero ha
perdido el brillo blanco que tienen los papeles nuevos. Y la tinta parece
desgastada con el paso del tiempo. Es legible. Además, el papel es tan viejo
que he tenido que cogerlo con mucho cuidado para no hacerse trizas entre mis
manos. Así que no sé el tiempo que tiene, pero mucho, seguro.
―¿Vas de Sherlock moderno? ―preguntó Rafa.
―Más o menos― dijo Javi, que empezó a leer el
papel. Había poco escrito. Apenas unas pocas palabras.
El sacrificio templario.
El camino de Talaván.
La Vereda Real.
―Al menos lo dedujimos todo bien― dijo Sergio, animado―. El sacrificio se refiere sin
duda al Baphomet aquel.
―Cierto. Sacrificios templarios
ofrecidos a Baphomet, una figura tergiversada y erróneamente ligada al culto al
diablo―apuntó Javi―. Eran sacrificios que se
realizaban con algo. Una espada.
―¿Erróneamente? ―preguntó Sergio―. ¿Le has visto la cara al
Baphomet ese?
―Sí, es la imagen de Satanás que
nos han hecho tener. Pero en realidad el demonio es uno de los cuatro
arcángeles de Dios: Luzbel, de lo que deriva Lucifer. No sería tan feo ni hecho
a propósito―dijo Javi―. Baphomet era en realidad un culto
a la vida y la fertilidad.
―Hay algo escrito por detrás―apuntó Rafa entonces.
Javi le dio
la vuelta al papel.
―Ajá. Tinta más reciente. Es de un
tono azul distinto al de la otra cara…
―¿Sabes que te pones insoportable
a veces? ―le espetó Lucas.
―Sí, soy consciente― replicó Javi, sin hacerle caso―. “Salve, Rey Alfonso VIII”. ¿Qué
cojones es esto…?
―Organizaré el viaje a Plasencia ―dijo Sergio, encendiendo el
ordenador.
―Salve, Rey Alfonso VIII ―repetía Javi, mirando el papel en
estado de ensimismamiento total―.
Salve… hum… tal vez los restos de algún antiguo palacio real en el camino… Los
templarios lucharon del lado del Rey Alfonso. ¿Tendremos que buscar su tumba…?
Mientras
tanto, Galindo había sacado el cofre del anterior cofre. La cerradura que tenía era muy peculiar. Allí no
encajaba una llave. Le dijo a Laura que le echara un vistazo.
―Es una cerradura grande― dijo―. Demasiado grande para una llave.
Javi le
siguió dando vueltas a lo de “salve, Alfonso VIII” hasta que Sergio lanzó una
exclamación.
―¡Un hotel!
―Sí, claro―dijo Javi, que aún seguía concentrado en sus
pensamientos―, necesitaremos
un hotel para…
―¡No, estúpido! ―exclamó Sergio―. Estoy buscando hoteles para
reservar en Plasencia y me ha aparecido el Hotel Alfonso VIII. Agárrate, ¡hay
una exposición templaria permanente!
―¡Perfecto!― exclamó Javi―.
Eso nos encaja con que la anotación de Alfonso sea reciente. Reserva, ¡nos
vamos a Plasencia!
―Sí, a eso iba.
Sergio había
organizado una partida hacia Plasencia. Partieron al día siguiente. Javi y
Laura marchaban en coche. Sergio, Rafa, Galindo, Irene y Lucas, en otro
vehículo. Así quedó organizado todo.
―¿Sabes?―le decía Javi a Laura―.
Siempre había soñado con esto. Un gran tour por toda España contigo.
Laura le
miraba y sonreía.
Mientras
tanto, antes de salir, Sergio había designado a los que irían en el viaje. Rafa
organizaría el comando de acción para entrar en la exposición. A su mando
estarían Lucas, Galindo e Irene. La seguridad no era para tomársela a broma,
pues la exposición estaba permanentemente vigilada por gran cantidad de cámaras
y había dos guardias de seguridad en cada sala. Para ello un equipo dirigido
por José Antonio y formado por Héctor, Marta y Juanjo coordinaría desde la sede
de la ADICT todo lo relativo a la seguridad y que la infiltración se llevara a
cabo con éxito. José Antonio ya investigaba sobre cómo poder entrar en las
cámaras de seguridad mientras el viaje se llevaba a cabo. Y en el coche
comenzaron los planes.
―Narcotizaje e infiltración―decía Lucas.
―¡Zambombazo y tentetieso!― exclamó Galindo.
―Sois profundamente imbéciles― les espetó Rafa.
―Seis horas y media para llegar...
seis laaaargas horas y media―suspiró
Sergio, llevándose las manos a la cabeza y pensando que no sobreviviría a tanta
estupidez junta.
―¿Qué fue del imbécil aquel que
intentó agredir a Javi?―preguntó
Rafa, cambiando de tema.
―Sigue encerrado. No quiere
hablar. Supongo que Marco le sonsacará algo―
dijo Sergio, con más fe que esperanza―.
Y si me perdonáis, voy a parar en la gasolinera, antes de que me volváis loco y
tengamos un accidente.
―Pero perdemos a Javi y Laura…
―Pues que lleguen antes.
Javi y Laura
llegaron a las seis y media de la tarde a Plasencia. Subieron al hotel y
deshicieron las maletas. Lo primero que hizo Javi fue colocar el portátil
encima de la mesa y encenderlo. Laura se puso junto a él y estuvieron buscando
información sobre las espadas templarias y la exposición. Ésta había estado
rotando por toda España desde el año 2009. Estaba principalmente formada por
imitaciones, aunque había algunas piezas originales de relativo valor. Cómo se
las había apañado Dumoitiers para coger la espada y ponerla allí era todo un
misterio, pero eso no importaba. El nombre de la exposición era, según la web a
la que habían llegado, La Iluminación en la Edad Media. Entre los
objetos templarios que figuraban allí había archivos de los procesos contra la
Orden del Temple, códices estampados en plata y, por ser un objeto único y
singular, la espada. Así que parecía que habían acertado. El ángel oscuro les había
llevado a Baphomet. Baphomet, a la espada con la que los templarios le ofrecían
sacrificios. Todo parecía fácil. Había pasado una hora y media desde que Javi y
Laura habían llegado y buscado toda aquella información. A eso de las ocho
salieron a la calle, fueron a una hamburguesería, cenaron rápidamente y
volvieron al hotel. De inmediato Javi volvió a encender el ordenador portátil
para hacerse con un plano detallado del edificio en el que tendrían que entrar
a coger la espada. Era el Hotel Alfonso VIII, situado en el centro de la
ciudad. Tenía cuatro estrellas. Una más que en el que estaban alojados. Sus
cuatro salones tomaban nombres de ríos, tales como Tajo, Guadiana o río Jerte.
Envió los datos por correo electrónico a la sede principal de la ADICT, donde
Héctor y Juanjo los recogieron y comenzaron la elaboración del plano del hotel.
José Antonio, por su parte, empezó a introducirse en el sistema de cámaras de
vigilancia, cosa que no le costó demasiado. Para las diez de la noche estaba ya
todo prácticamente terminado. Javi recibió el plano en su correo electrónico,
junto con un mensaje que le informaba de que la ADICT ya tenía total acceso al
sistema de cámaras de vigilancia.
Por su parte,
Sergio, Rafa, Lucas, Irene y Galindo ya estaban llegando al hotel para
encontrarse con Laura y Javi. Eran las diez y media de la noche cuando llegaron
y fueron puestos al día. Sergio había decidido hacer una parada más bien larga.
Las tonterías de Galindo y Lucas le habían dado dolor de cabeza. A las doce
Sergio se fue a su habitación doble con Rafa; Galindo, Lucas e Irene se fueron
a una triple situada en el mismo pasillo y Laura y Javi se quedaron en su
habitación doble. Decidieron que al día siguiente, a las once y media,
entrarían en el hotel Alfonso VIII junto con un grupo de turistas que iba a ver
la exposición y del cual Marta les había informado antes por correo
electrónico.
El día
siguiente amaneció nublado. A las ocho y media Javi se despertó y miró por la
ventana. Una fina llovizna caía, empapando las calles. Debía de hacer un frío
infernal allí afuera. Despertó a Laura y a los demás y fueron a desayunar. Tras
el desayuno, Sergio fue a hablar con el encargado de la exposición para pedirle
que les dejaran prestada la espada, a lo que, por supuesto, el encargado se
negó. Así que tendrían que seguir con el plan si querían abrir el cofre. A las
nueve y cuarto estaban todos reunidos en la habitación de Lucas, Irene y
Galindo, para poner el plan a punto.
―Bien― dijo Laura―,
la exposición ocupa dos de los salones. El Salón Tajo y el Salón Guadiana ―los señaló en el mapa―. Tenemos que entrar junto con el
grupo de turistas que tiene prevista su hora de visita a las once. Exactamente
cinco minutos después de haber visto la espada y teniéndola localizada, nuestro
experto en catástrofes hará su truco de la alarma de incendios― señaló a Lucas, que sonrió
sarcásticamente con una leve inclinación de cabeza― y entonces cundirá el pánico. Entonces Javi y
Sergio entrarán en la sala, me verán a mí en pie junto a la vitrina de la espada,
y lanzarán botes de humo al suelo cegando a todos los presentes. José Antonio
apagará todas las cámaras de seguridad en cuanto Lucas haga saltar la alarma.
Abrimos la vitrina, cogemos la espada y nos largamos de allí.
―Y para terminar de dar un golpe
maestro― dijo Javi, abriendo
el armario y sacando una espada de su interior―,
Sergio estará en la puerta listo para dar el cambiazo y que no se note que ha
pasado absolutamente nada. ¿Bien?
Todos
asintieron. Javi se dirigió a Sergio y a Laura.
―A partir de las once, tiempo
estimado de localización de la espada.
―Según el orden de la exposición,
unos veinte minutos―respondió
Larua.
―¿Tiempo estimado para hacer
saltar la alarma, Lucas?
―Entre que me escabullo del grupo
y la localizo, dame cinco minutos.
―¿Tiempo estimado para abrir con
las ganzúas la vitrina de la espada, Lauri?
―Tal vez otros cinco minutos.
―Tal vez eso sea demasiado.
―La otra opción es romper el
cristal a martillazos y hacer ruido y que todo el mundo se entere.
―Desalojaré la sala―dijo Rafa entonces―. Mientras me hago oír y me llevo
a la gente ganaré tiempo.
―¿Crees que te van a oír o a hacer
caso?―preguntó Irene, no muy
convencida.
―Claro, en cuanto enseñe el carné
de la ADICT. La gente necesita esos guardias de seguridad que les guíe en
momentos difíciles durante algunos molestos acontecimientos que son producidos
por gentuza como nosotros...
―Qué bien te ha quedado― gruñó Javi―. ¿Tiempo estimado del cambiazo?
―Teniendo en cuenta que no vamos a
ver tres en un burro después de que lancemos los botes de humo, unos dos o tres
minutos― respondió Sergio.
―Necesitaremos entonces unos tres
cuartos de hora en total―resumió
Javi―. Pongamos todas las
ideas en orden y estudiemos los planos.
En la planta
baja estaba la cafetería. Los salones de celebraciones, que ocupaban las
exposiciones en aquel momento, se encontraban en la primera planta. Cuarenta y
cinco habitaciones dobles. Ocho individuales. Dos suites. Amplio salón de
buffete libre arriba en un gran salón mirador.
―¿Y por qué exactamente no nos
dejan prestada la espada? ―preguntó
Rafa, que veía lagunas.
―Porque no les da la gana. De
todas formas, si no la cogemos nosotros llegará la sirenita con el vampirito―dijo Laura―. Mejor cogerla y devolverla cuando acabemos esto a
que la roben.
―Aunque Vicente la coja, no puede
abrir el cofre con ella―
dijo Javi―. El cofre lo
tenemos nosotros.
―Habrá que ir con cuidado para que
no se entere― dijo Sergio―. Ese tío es demasiado listo.
―Seguro que lo sabe― comentó Laura.
Vincent no
iba a rendirse en sus intentos de persuadir a Jean Jacques de quedarse el
tesoro sólo para ellos. Evidentemente conocía su ubicación, pero la estrecha
vigilancia a la que tenía sometido el tesoro Jean Jacques no le dejaba ni
acercarse tan siquiera un poco. Era frustrante. Tenía ante sí el secreto mejor
guardado de la Orden del Temple, un secreto que su mismísimo tatara-tatarabuelo
había poseído, y ahora Jean Jacques no le dejaba ni acercarse. Era suyo.
Legítimamente.
No deja de
ser curiosa la forma de pensar de la mente humana. Cuando nos empeñamos en que
algo es nuestro, tiene que serlo. Ese afán de poseer cosas materiales, aunque
luego no vayan a servir para nada, es intrínseco al ser humano desde que el
mundo es mundo y nosotros caminamos por él. No deja de llamar la atención cómo
le pedimos a nuestra vida cosas que, tal vez sí, o tal vez no, necesitemos. O
acaso nos parezca que las necesitamos. Lo que sí sabía Vincent era que quería
el tesoro. Y lo quería porque se había empeñado en acabar con el Mal Más
Antiguo. Y los otros colaboradores de Jean Jacques, que también lo habían sido
del propio Vincent, se negaban a permitir el paso a éste al lugar donde estaba
el tesoro, ya no tan oculto, pero sí custodiado, secretamente.
Jean Jacques
había fundado una orden de Guardianes. Los Guardianes del Temple. Los
vigilantes del tesoro. Tenían orden de proteger con su misma vida lo que había
dentro de aquella cámara. Y Vincent no participaba de aquello, porque eran por
todos muy conocidas sus intenciones de llevarse el tesoro.
Aquella
noche, Vincent deambulaba por las calles de una ciudad del norte de España.
Santander. De improviso apareció sigilosamente una figura enfrente de él. Era
un hombre, aparentaría menos de 30 años. Sus ojos estaban inyectados en sangre,
y transmitían miedo. Contrastaba con la simpática sonrisa que mostraba. El
pelo, lacio, despeinado, le daba un aspecto desenfadado.
―Tú eres el que necesita ayuda...
―¿Quién eres?―preguntó Vincent.
―Soy Serafín Vicuña. Y la pregunta
correcta no es quién soy. Sino... qué soy ―mostró
sus colmillos a Vincent, que contuvo una mueca de espanto.
―¿Qué es esto?
―Sé lo que quieres. Casualmente
algo como eso nos vendría muy bien. Te voy a ofrecer un trato. Un trato que no
vas a poder rechazar.
Vincent quedó
en silencio tras las palabras de Serafín. Estuvo unos segundos pensándolo,
hasta que finalmente dijo:
―Te escucho.
Serafín
sonrío.
―Esta es mi propuesta. Si quieres
el tesoro, necesitarás algo más que suerte y ese objeto. La Orden de los
Guardianes del Temple lo custodia. Y, al parecer, según tengo entendido,
solamente un legítimo descendiente de Gaudin puede cogerlo. Es decir, tú. Ni
Dumoitiers, ni ninguno de sus amigos. Por ello, si en verdad lo quieres, cosa
que no me extrañaría en absoluto, nosotros te vamos a ayudar.
―¿Y por qué quieres ayudarme?― ladró Vincent―. ¿Qué sacas tú de todo esto? No
me fío.
―Yo saco un aliado para mi
aquelarre. Claro que puedes negarte, y entonces te quedarás sin tesoro. Te
estoy ofreciendo la posibilidad infinita de poseer el tesoro hasta el mismísimo
fin de los tiempos... y tal vez más allá.
―Lo que quiero es ayuda, Vicuña.
Ayuda para acabar con…
―El Mal Más Antiguo. Lo sé. Créeme
que estoy dispuesto a ayudarte. Todos lo estamos.
La voz sedosa
de Serafín hipnotizó a Vincent. De inmediato accedió a su propuesta.
―Mi lealtad a cambio de que me
permitas esas facilidades para coger el tesoro. Hecho.
Tal vez
Vincent no sabía dónde se metía. Lo último que vio antes de caer inconsciente
al suelo fueron los colmillos de Serafín Vicuña clavándose en su antebrazo. Lo
último que sintió, un inmenso dolor. Y lo último que oyó, sus propios alaridos
de dolor en mitad de la noche.
Capítulo 4.
La espada.
Javi, Laura,
Sergio, Rafa y Lucas se habían mezclado con la gente que había entrado a ver la
exposición. Eran las once y cuarto de la mañana y el guía les estaba mostrando
diversos objetos. Pero el que les importaba de verdad estaba allí delante,
dentro de una vitrina de cristal. A una señal de Rafa, José Antonio hizo que
las cámaras de seguridad de la sala dejaran de emitir imágenes, causando el
desconcierto de los vigilantes. Era ya el turno de Lucas. Rápidamente se zafó
del grupo de turistas y buscó la alarma de incendios. Apretó el botón y de
inmediato un estridente sonido llenó la sala. Le tocó entonces a Javi y Sergio,
que lanzaron sendos botes de humo, un humo denso y negruzco que cubrió la sala.
Laura se acercó a la vitrina y empezó a forzar la cerradura. Un par de guardias
de seguridad hicieron su aparición en ese instante, pero Rafa y Lucas les dispararon
dos dardos, dejándoles inconscientes. En tres minutos Laura sacó la espada de
la vitrina y Sergio introdujo la réplica que llevaba escondida bajo su
chaqueta. Escondió la original en el mismo sitio y se largó lo más deprisa que
pudo. El humo comenzaba a disiparse. La alarma de incendios se detuvo entonces.
Rafa dijo a José Antonio que restableciera la imagen. Las cámaras volvieron a
emitir su señal. Los vigilantes estaban desconcertados. Al parecer, no había
pasado nada a pesar de aquel escándalo. De todas formas, aquello no iba a ser
tan sencillo. La policía había llegado mientras el desconcierto estaba
sembrado, y cerró las puertas para que no saliera nadie.
―Genial―dijo Rafa―.
Ahora estamos jodidos.
―¡Que no se mueva nadie! ―exclamó uno de los policías.
Javi se
adelantó, enseñando la insignia de la ADICT.
―¿Y tú quién eres? ―preguntó el policía.
―Presidente de la ADICT.
―¿La ADICT?
―Sí, la ADICT. Avisamos de que
alguien intentaría robar aquí y por ello pedimos que se nos concediera la
custodia de la espada templaria de la exposición, a lo cual el encargado se
negó.
―No parecéis ser de fiar…
―Habló aquí el guardián del orden― bufó Rafa.
―Si tienes algo que compartir con
los demás, adelante―le instó
el policía.
―Que te calles, que nos jodes el
operativo―le espetó Rafa.
―¡A mí no me faltes al respeto! ―exclamó el policía.
José Antonio
miró a Juanjo desde su centro de control.
―Nos ha tocado el poli fantoche.
―Y tanto― Juanjo meneó la cabeza.
Y en la
exposición…
―¡Y a mí no me tutee! ¡Exijo un
respeto! ¡Soy jefe de operaciones de la ADICT―gritó
Rafa. El policía se acercó a Rafa, amenazador, llevándose la mano a su porra,
haciendo ademán de sacarla.
―Yo tuteo a quien me da la gana,
¿te ente…?
Una mano en
el pecho le detuvo.
―Retroceda y déjenos salir.
Era Javi. El
policía le miró despectivamente.
―¡Ja! ¿Que te deje salir?
―No le consiento que me tutee―le espetó Javi―. Soy el presidente de la ADICT,
Asociación De Investigación Cartagena, estamos aquí por un operativo de vital
importancia y quiero hablar con su jefe ahora mismo acerca de sus aires de
superioridad y su fantochismo en estado puro. Tal vez así se le bajen un poco
los humos.
El policía se
rió histéricamente.
―¡De aquí no sale nadie! ¡Ha
saltado la alarma de incendios y se ha producido un robo! ¡Alguien se ha
llevado algo!
Laura movió
la cabeza.
―¿Usted ve que falte algo?
―¡Han robado, así que cállate,
niñata! ―gritó el policía.
Javi se
encaró con el policía, empezando a enfadarse.
―¿Qué la ha llamado?
―¡Lo que es! ¿Quiénes os pensáis
que sois? Esto es Plasencia, no Cartagena, ¡y aquí vosotros no pintáis nada!
―¿Sabes, mamandurrio? ―le soltó Javi―. A mi novia no la falta ni el
Tato. Estás agotando mi paciencia. O nos dejas salir o enviaremos un informe
con el que vas a estar poniendo multas en la zona azul toda tu vida.
―¿Qué me has llamado?
―¡¡MAMANDURRIO!! ¡¡ESO TE HE
LLAMADO, CERNÍCALO DE ESTEPA!!
El policía
también se encaraba con Javi. Laura se veía venir lo peor. Mientras, José
Antonio despotricaba contra los policías locales.
―Son todos unos chulos. Una panda
de fantoches que se piensan que ellos son la ley.
―Hombre, les hemos pegado un
cambiazo a la espada, no les falta razón―
dijo Juanjo.
―Ya. Joder, qué cate le ha soltado
a Javi…
El policía se
había cansado y había pasado a las manos, propinando un puñetazo a Javi después
del último grito de éste. Pero Javi no se iba a quedar quieto. Pum, pam. Patada
frontal al bajo vientre. El policía sacó su porra y atacó a Javi. Éste detuvo
el brazo y lanzó al policía al suelo. Éste se levantó, intentó volver a atacar,
pero Javi ni se inmutó. Patada y codazo hacia delante, y su oponente quedó
tumbado en el suelo. Los otros tres policías desenfundaron sus armas y
apuntaron a Javi. Laura, Lucas, Rafa y Javi hicieron lo mismo. Y entonces una
ventana se rompió y apareció Vicente.
―Genial, el que faltaba―murmuró Rafa.
Año 1628.
Esa misma
noche, Jean Jacques estaba en su casa cuando oyó varios ruidos extraños. Fue a
echar un vistazo, pero no había nadie. O eso era lo que parecía. Al volver a su
habitación, una sombra se agazapaba en la penumbra que dejaba la tenue luz de
la luna llena.
―Dumoitiers...
Jean Jacques
se preguntó quién diablos era aquel tipo. Éste se acercó un poco para dejarse
ver. Ojos rojos, pelo castaño brillante y facciones duras.
―Ya sabes que hemos descubierto
algo que, por legítimo derecho, pertenece a mi familia...
―Tú eres... eres... Vincent...―pudo decir Jean Jacques, al fin,
entre balbuceos.
―Sí. Soy yo. Vincent. O mejor
dicho... Vicente Vicuña―respondió
el otro―, y tú vas a dejar
de ser... a no ser que me des lo que quiero. Sé que sabes dónde está ese
tesoro. Así que sé bueno y dime dónde está.
―¿Qué te ha pasado? ¿Qué te han
hecho?
―¿Te llevarías el gran secreto de
los templarios a la tumba?―preguntó
Vicente, con una sonrisa malvada en su cara―.
Qué noble por tu parte.
Jean Jacques
le miró. Vincent había sido su hombre de confianza durante muchos años.
―¿Qué te ha pasado?
―Digamos que alguien me ha dado
ciertas habilidades con las que ese pequeño tesoro que hemos descubierto será
mío.
Vicente se
abalanzó sobre Jean Jacques, sin darle a éste tiempo a reaccionar,
arrinconándolo contra la pared.
―Dime dónde está o lo lamentarás.
―No...
Vincent
mordió el brazo de Jean Jacques.
―¡Dímelo!
Jean Jacques
siguió negándose. Recibió un nuevo mordisco en el otro brazo. No se supo nunca
a ciencia cierta cómo pasó. Lo cierto es que a los pocos minutos, Vicente tuvo
que huir. Las leyendas hablaban de unas figuras enormes, que corrían a cuatro
patas, que persiguieron a Vicente durante toda la noche. Sin duda, eran
licántropos.
Al día
siguiente Jean Jacques no pudo ni moverse a causa de las heridas recibidas. La
tentativa de Vicente de acabar con él no había dado resultado. Vicente, de
todas formas, no había terminado. Volvió a los dos días, a la misma hora de la
noche, sin prever qué había podido pasar después de haber dejado medio muerto a
Jean Jacques en el suelo.
―Vuelve―le había dicho Serafín Vicuña, líder del aquelarre―. Está vivo.
―¿Y no andan esos malditos lobos
por ahí?
―No lo creo. La Luna Llena fue hace
dos noches. Ya sabes cómo son esos apestosos perros.
―Sí... lo sé. Pero esta vez no
dejaré cabos sueltos. Serafín, acompáñame.
―No lo creo.
―¿Por qué no? Tú me has
transformado. Tú me has hecho lo que soy.
―Me lo pediste en tu lecho de
muerte.
―Porque quiero ese tesoro, y a
cambio te ofrezco mi lealtad. Pero voy a necesitar algo de ayuda por aquí,
¿sabes?
―Está bien. Vigilaré a tu
amiguito.
Serafín y
Vicente Vicuña, los dos vampiros más peligrosos del grupo, se dirigieron hacia
la casa de Jean Jacques. Vicente volvió a preguntarle por el tesoro. Pero Jean
Jacques no era el mismo. Les atacó con una fuerza sobrehumana. Sus ojos se
habían vuelto color rojo sangre; su piel, pálida. Era un neófito. Y muy fuerte.
No le supuso un gran esfuerzo reducir a Vicente en la confrontación física.
Serafín entró a través de la ventana, de un salto, y sacó a Vicente de allí,
embistiendo contra Jean Jacques y dejándole aturdido de un fortísimo golpe. La
experiencia y veteranía de Serafín Vicuña fueron determinantes contra un neófito
que aún no controlaba sus nuevos poderes.
Cuando
regresaron, Blanca, Félix y Casimiro les estaban esperando.
―¿Cómo es posible que pasara algo
así?―preguntó Felix.
―Eso mismo me pregunto yo―replicó Serafín―. ¿Cómo es posible que ninguno de
vosotros previera lo que iba a suceder?
―Es un escudo―dijo Blanca―. Es capaz de anular nuestros
poderes. Por eso no vemos sus acciones. No sabemos qué va a hacer. Ni lo que
piensa. Nada.
―Necesitamos ese tesoro. A
cualquier precio―dijo
Vicente―. ¡Como sea! Me da igual
lo que hagamos para conseguirlo pero si queremos el dominio absoluto vamos a
tener que encontrarlo.
―¿Y cómo te piensas enfrentar a
ese tipo y al resto de guardianes de los tres objetos que persigues?― preguntó Serafín, irónico―. No podemos nosotros solos.
―Si nosotros cinco no podemos,
entonces ampliaremos nuestro número―
respondió Vicente.
Por una
parte, Jean Jacques Dumoutiers ideó un nuevo escondite para el tesoro. Lo hizo
todo él solo, sin ayuda. Con un sigilo y discreción pasmosos, trasladó el tesoro
a un sitio estratégico que solamente él conoció. Se erigió en un nuevo líder
templario. Reclutó a gente para su nueva organización. La misión era muy clara.
Proteger el secreto y la ubicación del tesoro, con sus mismas vidas si era
preciso. Fue el renacimiento de una nueva orden templaria: la Orden Oscura del
Temple.
Por otra
parte, Serafín Vicuña, líder del aquelarre vampírico más poderoso de Europa,
pensó durante siglos en el tesoro. Desperdició años buscándole. Forjó alianzas
con otras criaturas. Durante el siglo XIX selló una alianza con los
licántropos, que, dada la enemistad natural existente entre vampiros y hombres
lobo, acabó mal. Los licántropos no conocían el fin último que querían dar los
vampiros al tesoro, y cuando lo conocieron, rompieron toda alianza con los
vampiros, persiguiéndoles desde entonces. La idea fue mal acogida por los
Vicuña. Mataron a muchos licántropos y el líder de su manada juró que
encontrarían ese tesoro antes que los vampiros para protegerlo de sus oscuras
ambiciones. La búsqueda del tesoro continuó. A principios del siglo XX, Serafín
Vicuña contactó con Karel Voronkov, líder de un potente aquelarre ruso de
vampiros. Karel sugirió la creación de un ejército de neófitos a lo largo de
cien años en diferentes países. A finales del siglo XX el aquelarre Voronkov se
estableció en España. Sirviéndose de simples peones como Silvia Guirao o Julián
Cabrera lograron completar un ejército de neófitos muy interesante. Pero la
codicia lo fastidia todo. El motivo de la traición de los Voronkov fue muy
simple. Karel quería el tesoro templario para ellos, y al enterarse del fin que
querían darle los Vicuña, no pudo resistirse a utilizarlo para lo mismo.
De pronto una
organización de detectives, la ADICT, se vio metida en mitad del lío. Los
Voronkov acabaron mal. La ADICT destapó su red de neófitos y acabó con todos
ellos. Los Vicuña, enterados de la traición que se urdía contra ellos, mataron
a todos los Voronkov.
No era el
final de las preocupaciones de Serafín. Una antigua aliada, Raquel, una sirena,
volvió justo después de aquello. Robó la estela cántabra, historia por todos
conocida. Para entonces los Vicuña pretendían crear neófitos con un virus vampirizador
creado a base de veneno ponzoñoso sacado de los colmillos del propio Serafín.
La estela cántabra que había robado la sirena era la clave para controlar a los
neófitos creados con ese mismo virus.
Y, sin
embargo, tanto afán tenían los Vicuña por hacerse con el tesoro que habían
descuidado los pasos de Jean Jacques Dumoitiers, del cual Serafín no sabía nada
desde hacía muchísimos años...
El plan del
virus salió mal. Dos chicos de la ADICT acabaron transformados. Utilizaron sus
habilidades para acabar con Blanca, Serafín, y todos los demás Vicuña, a
excepción de Vicente, que se salvó in extremis. El virus fue destruido y el
antídoto utilizado en los que se habían transformado.
Y mientras
tanto, Jean Jacques Dumoitiers seguía enfrentándose a todos aquellos que
querían encontrar el tesoro para su propio beneficio. Licántropos, otros vampiros,
algún que otro humano que se atreviera a intentar descubrir algo...
Los
seguidores de Dumoitiers habían seguido fielmente a su líder, también de
generación en generación, guardando su secreto vampírico. Algunos habían sido
transformados a voluntad propia. Si había algo que Jean Jacques tenía claro era
que no quería ser un vampiro sanguinario, igual que lo era Serafín. Por ello
siempre intentó utilizar sus habilidades solamente para salvaguardar el tesoro
de aquellos que lo querían para sí, o darle el mismo uso que pretendieron darle
los Vicuña.
Vicente miró
a los chicos fijamente.
―Vaya, vaya. Así que… aquí estáis.
Rafa le
apuntó con su arma y retrocedió hasta la vitrina donde estaba la espada falsa.
―Rafa, Rafa, Rafa… ―Vicente movió la cabeza acercándose―. ¿Cuándo aprenderás que no
puedes vencerme? Ni tú ni nadie, en realidad. ¿Sabéis? Quiero ese tesoro.
Quiero acabar con el Mal Más Antiguo. No tenéis por qué impedirme que coja la
espada.
―¿El Mal Más Antiguo? ―preguntó Javi―. ¿Qué es eso?
El policía inconsciente
se levantaba del suelo, goteando sangre.
―Eso, mi querido amigo, es lo que
es. El Mal Más Antiguo está en la Tierra desde el comienzo de los tiempos.
Desde la Era de los Dioses más arcaicos. Voy tras ella desde hace cientos de
años.
―No tienes ni pies ni cabeza―dijo Rafa, apuntándole con la
thaser―. Así que date la
vuelta y lárgate por donde has venido.
Vicente se
plantó junto a Rafa como un relámpago y le arrancó la thaser de la mano.
―No va a morir nadie más. Sólo el
Mal Más Antiguo. Y para ello necesito esta espada.
―¡Alto, alto, alto! ―exclamó Javi, mirando a Vicente.
Éste le devolvió la mirada. Javi enfundaba su pistola―. Mira. Sin armas.
Vicente
escrutó a Javi detenidamente. El policía se había levantado del suelo. Sus
compañeros aún apuntaban a los chicos.
―¡No os quedéis quietos,
detenedles! ―bramó.
Una lluvia de
dardos impactó contra los policías a señal de Laura.
―Pesados― murmuró. Vicente se acercó a Javi.
―Así que quieres saber qué es el
Mal Más Antiguo.
―Por favor― dijo Javi―.
A lo mejor si nos cuentas esto podemos arrojar algo de luz sobre un asunto que
lleva ya más de dos años persiguiéndonos.
―El Mal Más Antiguo no se puede
vencer a no ser que se utilicen ciertos objetos. Esta espada me conducirá al
primero de ellos―Vicente
hablaba mirando la espada casi con devoción y admiración, como si hablara de su
propio dios―. Por supuesto,
el Mal Más Antiguo es lo que los Vicuña estaban intentando destruir desde hace
años. Jamás hemos podido ver esta espada. Dumoitiers se ha encargado de esconderla
muy bien. Es una suerte que hayáis estado en medio. Nos habéis quitado a los
Voronkov, me habéis liberado de la fidelidad que guardaba a Serafín, de esa
apestosa sirena…
―De nada, un placer… ―gruñó Rafa.
―¿Y qué tiene ese Mal Más Antiguo
para que tú quieras acabar con él? ―
inquirió Javi.
―Eso, mi querido presi, no es de
vuestra incumbencia. Dadme la espada.
Rafa no se
separaba de la vitrina. Vicente se acercó.
―Venga, sabes que no puedes
detenerme.
Rafa se
apartó de la vitrina. Vicente la rompió y cogió la espada. La alarma saltó,
estridentemente, y Vicente puso pies en polvorosa. Un nuevo grupo de policías
llegó al sitio.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó uno de ellos.
―Que han robado la espada―dijo Javi―. Delante de nuestras narices.
Y le mostró
una foto de Vicente huyendo del sitio con la espada.
―Cuando Vicente se entere de que
es falsa, va a ser gracioso, Rafa… ―murmuró
Lucas en la oreja de Rafa.
―Muy gracioso, Lucas. Muy, muy
gracioso…
Capítulo 5.
Lux et Veritas.
Lux
et Veritas.
Cada vez que
los chicos leían la inscripción en el filo, menos sentido tenía ésta. Lux et Veritas. Luz y Verdad. Estaban en
el viaje de vuelta a casa, con la espada bien guardada. Javi, Laura, Lucas y
Rafa compartían coche. Fue Javi quien habló en primer lugar.
―Vicente mencionó el Mal Más
Antiguo.
―¿Y qué? ―preguntó Rafa, aburrido.
―Que sea lo que sea eso, esta
espada es el arma que puede acabar con ese mal. Es una espada templaria, y
además, la inscripción me lo confirma.
―¿Qué te confirma? ―preguntó Lucas.
―Lux et veritas. Luz y verdad. La
luz derrotará a la oscuridad, la verdad derrotará a la mentira. El bien
derrotará al mal, a fin de cuentas. Esta espada es lo que protegía Dumoitiers y
su, llamémosla, secta, durante tantos años.
―Pues no era tan difícil de
encontrar―terció Lucas.
―O sí―intervino Laura―.
Fijaos la de vueltas que hemos tenido que dar. Se supone que en el origen
estaba en Francia, pero Vicente y Serafín le perdieron la pista. De ahí que
intentaran alianzas con sirenas y demás, pero no salió bien.
―Esta espada abre nuestro segundo
cofre―dijo Javi, frunciendo
el ceño―. Y ese ansia que
tiene Vicente de acabar con el Mal Más Antiguo no me convence. Algo trama. No creo que quiera
acabar con el Mal por gusto. Seguro que quiere alzarse en el poder o algo así.
¿Recuerdas la imagen del cementerio maldito? La que parecía un vampiro.
―Sí, pero bueno, ¿no sería eso demasiado
típico? ―preguntó laura.
―Sí, pero fíjate la de molestias
que se han tomado desde hace tantos años. Reclutando neófitos por toda Europa.
Recuerda cómo comenzó todo este asunto. Con Julián Cabrera, Juan Antonio
Estrada y Silvia Guirao mordiendo gente por toda la ciudad. Y por otros países.
Y ese ejército de neófitos escondido en las afueras. Luego, el virus. El
maldito virus ponzoñoso.
―Y justo ahora que tenemos
noticias de la espada, Vicente va tras ella―
dijo Laura―. Maravilloso… ―añadió, con sarcasmo.
―Menos diez puntos, deja de decir
eso.
―¡Oye!
―No oigo nada, no puedo oír.
―Pero serás oso petardo.
―Cuando llevéis veinte años
casados sí que va a ser maravilloso―
resopló Rafa.
Llegaron a
eso de las ocho de la tarde a Cartagena. Javi guardó la espada en la caja
fuerte. Seguía dándole vueltas al lema de la espada. Lux et veritas. Cuando
entró a su despacho, vio un papel encima de la mesa. Llamó a Laura y a José
Antonio.
―¿Qué pasa? ―preguntó José, con tono aburrido.
―Mirad esto. Una nota de
Dumoitiers. Creo que es otra pista―
Javi sentado tras su escritorio, sostuvo el papel y leyó.
El lema de la espada os conducirá hasta el
tesoro que custodiamos. La Luz, nunca se apaga. La Verdad, nunca deja de
brillar. La Luz y la Verdad es lo que nos da la Vida.
Javi pegó un
palmetazo en la mesa, destrozándose la mano. Evidentemente había encontrado
algo.
―¡TRAEDME LA ESTELA CÁNTABRA! ¡Y
EL COFRE PEQUEÑO!― exclamó.
―¿Qué? ―se extrañó Laura.
―¡La luz, el camino, la verdad!
¡Santander! ¡La Estela Cántabra no sólo servía para lo que descubrimos hace
poco!
―No entiendo nada― dijo José Antonio, como si la
cosa no fuera con él.
―Los Vicuña fueron a Santander en
primera instancia y se quedaron a vivir allí porque sabían que había algo.
―Espera, ¿qué tiene que ver
Santander aquí? ―preguntó
Laura.
―Monasterio de Santo Toribio de
Liébana. El Lignum Crucis. Yo soy el
camino, la verdad y la vida. Lux et veritas, luz y verdad, es decir,
Jesucristo, es decir, el Bien Supremo, es decir, un pedazo de la cruz en la que
Él murió por redimirnos y que Vicente piensa que servirá para acabar con el Mal
Supremo. ¡Eso es lo que protege la
Orden de Dumoitiers! ¡Un trozo de la mismísima Cruz donde
Jesús murió! Serafín y Vicente establecieron su sede en Cantabria para intentar
dar con ella. Pero Dumoitiers estuvo más listo y lo ocultó en alguna parte. Sea
donde sea que esté, necesitan esa estela cántabra para abrir la puerta, la caja
fuerte o lo que sea. ¡Por eso todo este follón! ―lanzó
Javi atropelladamente, ante las caras de circunstancia de Laura y de José
Antonio.
―En serio, tienes un complejo de
Sherlock a veces, Javier… ―empezó
a decir José Antonio, moviendo la cabeza de un lado a otro, como un péndulo.
―No tiene sentido―dijo Laura.
―¡Bah! ¡Yo me largo a Santander, y
quien quiera, que se venga! ―Javi
se levantó bruscamente de la silla.
Javi salió
del despacho como una exhalación.
―¿Pero estás loco? ―Laura le siguió―. ¡Espérate! Suponiendo que lo
que dices sea cierto, ¡hay más Lignum Crucis por el mundo! ¿Qué pasa con el de
Caravaca?
Javi se
detuvo en seco. Volvió tras la mesa más sosegado y se sentó nuevamente.
―Vaya. No me había parado a pensar
en eso…―acertó a decir―. Había visto muy clara la
relación entre el Lignum Crucis de Santo Toribio de Liébana y el lugar elegido
por los Vicuña para establecerse.
―Es exactamente lo mismo, se
establecieron aquí más tarde―dijo
Laura.
―Pero para controlar a los Julián
Cabrera y compañía―terció
Javi―. De todas maneras, no
creo que dé lo mismo.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Laura.
Javi cogió la
espada y el cofre pequeño que había en el interior del cofre grande que había
traído Dumoitiers. Introdujo la espada en la cerradura y, como si fuera una
llave, la giró.
―Contesta, ¿no? ―Laura se impacientaba.
―Espera un momento― dijo Javi, abriendo el cofre.
Había solamente un papel dentro.
Y Él murió por nuestros pecados.
―Exactamente, lo que yo pensaba…
―¿Y qué pensabas exactamente? ―preguntó José Antonio.
―¡Míralo! ¡Más claro que el agua!
¡Él murió por nuestros pecados! ¡Jesús murió por nuestros pecados! ¿Dónde? En
la cruz. Este papel tiene escrito lo
mismo que decía la inscripción de la cripta de Talaván.
―¿Pero cómo estás así de seguro de
que el sitio es Cantabria?
―El trozo más grande conocido de
la cruz está en Cantabria, en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana y no en
Murcia, en el Santuario de Caravaca. Eso quiere decir que la primera impresión
era la buena. Además ―señaló
el mapa― la Cruz de Caravaca fue
concedida a la ciudad durante la década de 1960 mientras que la de Santo
Toribio es mucho más antigua, con lo cual tiene sentido pensar que Vicente y
los Vicuña fueron a Cantabria sabiendo que ese pedazo de la Cruz estaba ya allí.
―Pe… pero…
―A… DE… MÁS― interrumpió Javi―,
yo sé, porque he estado leyendo sobre el tema, que la Orden del Temple fue quien
se encargó personalmente de la custodia del Lignum Crucis de Santo Toribio
mediado el siglo VII. La reliquia fue traída al monasterio al siglo siguiente,
junto con los restos de Tomás de Astorga ―Javi
apagó el ordenador y, con aires de suficiencia, levantándose de la silla y
dando un golpe en la mesa con la palma de la mano, exclamó―: Señoría, ¡no hay más preguntas!
¡Nos vamos!
La cara
enfurruñada de Laura era un poema.
―¡Eres un oso petardo! ―exclamó.
―Sí, pero nos vamos a Cantabria― sonrió Javi, levantándose de
nuevo del sillón tras apagar el ordenador.
―Un momento, ¿vamos a recorrernos
900 kilómetros sólo para coger un trozo de cruz? ―preguntó
José Antonio.
―No, no, no, vamos a asegurarnos
de que Vicente no consigue hacerse con él, simplemente.
―Vicente jamás podría coger algo
que le mataría sólo con tocarlo―bufó
Laura―. Apenas puede mirar
un crucifijo normal, mucho menos un trozo de la mismísima cruz de Cristo.
―Su querida sirena puede cogerla―dijo Javi―. Es fundamental que nos larguemos ahora mismo, al
menos para tomarle la delantera a ese desgraciado.
A la mañana
siguiente Javi llamó a filas a Rafa, Lucas, Galindo e Irene.
―Bien― les dijo―,
estáis en buena racha, así que vamos a aprovechar que no la habéis cagado en al
menos dos semanas para ir a por esa reliquia antes de que Vicente nos la
juegue. ¿Preparados?
Rafa sonrió,
satisfecho, pero…
―No, realmente―habló de pronto Lucas―. Bueno, dices que tenemos que ir
hasta Cantabria, y en esta época del año allí hace un frío que pela y…
―Y eso a Su Alteza Real le resulta
molesto porque se le congela el ciruelo, ¿no?―gruñó
Rafa―. Cállate, anda.
―Dejaos de tonterías―les espetó Javi―. Iremos todos allí. Voy a dejar
aquí al mando a Juanjo, mientras vosotros cuatro y Laura, José Antonio, Sergio
y yo nos vamos para allá.
―Pero que está muy lejos― dijo Lucas.
―Lejos te voy a mandar de una
patada en el culo― murmuró
Rafa.
Javi se llevó
una mano a la cabeza.
―¿Qué te hice yo, Señor, para que
me enviaras esto? ¿Qué te hice?
―Deja de rezar, anda―dijo Laura, cogiendo las llaves
del coche y saliendo del despacho―. Sergy, cógelas―
se las lanzó cuando salió y Sergio las cogió al vuelo sin levantar siquiera la
vista del ordenador en el que estaba.
―Ah, que nos vamos ya―dijo, como si no fuera con él.
―Sí, nos vamos ya―Javi salió del despacho, y tras
él los demás.
Sergio salió
y se dirigió a su coche azul eléctrico. Rafa, Lucas y Galindo subieron con él.
―Tengo ganas de que os vayáis una
vez con Javi y así no comerme yo vuestras gansadas todo el rato―dijo.
―Si quieres me meto en el maletero―respondió Galindo.
―Muy gracioso. Subid, anda.
Javi subió en
el otro coche y con él, Laura, Irene y José Antonio. Un largo viaje de al menos
9 horas les esperaba.
―Conduce hasta Madrid, Lauri―Javi le dio las llaves.
―¿En serio?
―La carretera desde Madrid a
Burgos aún es sencilla, pero desde Burgos a Santander es más peligrosa. Puertos
de montaña, nieblas, humedad… yo la conozco bien, ya he pasado varias veces.
El viaje
comenzó sin mayores complicaciones. A las dos de la tarde estaban casi llegando
a Madrid y decidieron parar a comer algo. Javi relevó a Laura al volante, pero
Sergio decidió seguir conduciendo él.
―Si muero no va a ser por vuestra
culpa, será por la mía―sentenció,
cuando Rafa le pidió conducir.
―Borde…―dio Rafa, ocupando el sitio del copiloto.
Atravesaron
Madrid y pasaron Burgos, directos hacia el Norte. Subieron y bajaron puertos de
montaña como Páramo de Masa o el Puerto del Escudo. La humedad iba en aumento a
aquella hora ya de la tarde, y la bruma iba ocultando la carretera.
―Tenías razón, estas condiciones
son pésimas para conducir, Javier―
dijo José Antonio―. Aunque
poner los antiniebla delanteros no es obligatorio, si bien es recomendable…
―Llevas dos semanas sacándote el
carné de conducir y ya te crees Ayrton Senna―le
espetó Javi―. Ya sé que no
es obligatorio, merluzo, y como la niebla se espese un poco más no voy a ver
tres en un burro.
―Yo sólo te digo lo que sé…
―Qué tío más pesao―suspiró
Javi, que iba a cuarenta kilómetros por hora bajando el Puerto del Escudo,
justo delante del coche de Sergio, que le seguía a pocos metros.
―¿Te has dado cuenta ―siguió José Antonio, y Javi bufó ― que los Vicuña pretendían
transformarnos para que les encontráramos el tesoro, pero ahora estamos yendo a
buscar el tesoro sin ser transformados?
―Sí, me he dado cuenta―resopló Javi―, ¿y tú, te has dado cuenta de
que todos ellos están todos muertos y que lo buscamos para evitar que Vicente
haga algo, y que si estuviéramos transformados lo buscaríamos pero para
ayudarle?
―Es una forma de verlo.
―Parad ya, par de rancios―les espetó Irene.
―Estoy intentando conducir en la
niebla y nos vamos a pegar un cate contra un camión como no me deje―dijo Javi.
Laura se unió
al club de resoplidos.
―Me voy a dormir, avisadme cuando
lleguemos…
Era ya noche
cerrada cuando llegaron al hotel, situado en el centro de Santander.
―Descansemos y mañana iremos a
Santo Toribio―dijo Javi.
―¿Podremos subir al teleférico de
Fuente Dé? ―preguntó Lucas,
que miraba un folleto para los que querían hacer excursiones por la zona.
―Solamente si alguien te corta el
cable y te estampas mil quinientos metros en caída libre―contestó Javi, con desgana―. ¡Estoy cansado, mañana veremos lo que hacemos!
¿Llevas la espada, Sergy?
―Ups, me la dejé en Cartagena.
Javi puso
cara de vinagre.
―Era broma, está aquí, hombre…―dijo Sergio, tocando la vaina que
llevaba atada al cinturón y cogiendo la empuñadura.
―A dormir todo el mundo―dijo Javi.
―Como si Laura y tú fuerais a
dormir―dijo José Antonio―. Vosotros ahora vais a tener una
cita romántica.
―Tú tampoco vas a dormir, tienes
una cita de los cinco contra el calvo―le
soltó Javi, mientras Rafa, Lucas y Galindo se desternillaban de la risa.
―Qué bestia eres―dijo Laura, que se reía también.
―Él se lo ha buscado…
Ascendía el
sol sobre Santander, un sol entre nubes que no amenazaban lluvia pero que
hacían más fresco el ambiente. Tras el desayuno, los ocho chicos se dirigieron
al monasterio de Santo Toribio.
Fue más
sencillo de lo que habían supuesto llegar al monasterio, buscar el relicario y
cogerlo, no sin antes explicarle al abad lo que ocurría.
―Sabía que un momento así tendría
que llegar tarde o temprano―dijo―. Cogedlo, e id.
―¿Así, sin más? ―se extrañó Rafa.
―Así, sin más. Sabía que alguien
andaba tras el Lignum Crucis, y sabía también que tarde o temprano este dejaría
de ser un lugar seguro. No tenéis cara de ser quienes quieren usarlo, sino
quienes quieren salvarlo. Lo veo en vuestros ojos, chicos…
Rafa cogió el
viejo cofre metálico. Tenía años, pero a pesar de ello no estaba oxidado.
―Cuando la situación esté fuera de
peligro, lo devolveremos, lo prometo―dijo
Javi.
―Espero que estéis vivos para
entonces―dijo el hombre.
Los ocho
salieron de allí.
―Podríamos haber venido sólo dos―dijo Lucas.
―No sabíamos que esto iba a ser
tan sencillo―respondió
Laura.
Javi subió al
coche, indicando que volvían al hotel.
―Descansemos para el viaje de
vuelta, volveremos mañana.
Arrancó el
coche y condujo por la carretera de vuelta a Santander. Pero entonces, de
improviso, una figura salió de entre los frondosos árboles que rodeaban la
carretera y bloqueó el camino.
―¿Pero qué coño…?―se preguntó Javi, frenando en
seco y haciendo que Sergy frenara también. Los coches que venían de frente
tuvieron que maniobrar. Uno se salió de la carretera, el otro frenó en seco y
el de atrás le golpeó. La figura se irguió. Era un lobo enorme.
―Vamos, no fastidies―dijo Rafa.
El lobo saltó
hacia el capó del coche donde iba Javi y rugió haciendo temblar el parabrisas.
―¡Arranca! ―exclamó Laura. Haciendo caso, Javi pisó a fondo el
acelerador, haciendo que la bestia se desequilibrara, pero saltó al techo del
coche. Javi condujo haciendo eses para tratar de que cayera, pero no lo
lograba. El animal golpeó el techo con fuerza, intentando abrir hueco.
―Jose, llama a Sergy, vamos a
atacarle―dijo Javi.
―¿Atacarle? ¿Estás loco? ―exclamó Laura.
―¡O morimos sin defendernos o nos
defendemos y nos lo cargamos! Desenfundad los somníferos. Cuando cuente tres
nos bajaremos del coche y le acribillaremos.
Javi siguió
conduciendo en eses, para que el gran lobo no pudiera atacarles. Esquivó a
media docena de coches que venían de frente por la estrecha carretera. José
Antonio llamó a Sergio y avisó para la cuenta atrás.
―¿Listos? Freno en tres… ―contó Javi―, dos… uno…
Pisó el freno
con brusquedad. En el acto Sergio, Rafa, Lucas y Galindo, cuyo coche había
frenado también, bajaron, pistola en mano, y acribillaron a somníferos a la
bestia, que cayó al suelo sin sentido.
Laura bajó
del coche, seguida por Javi. Otros conductores miraban, curiosos, la escena.
―¿Pero qué es esto? ―preguntó Laura.
―Es un licántropo―respondió Javi―. Igualito al que nos atacó.
―¿Pero por qué nos persiguen? ―preguntó Sergio.
―No nos persiguen a nosotros.
Persiguen a los que quieren hacerse con el relicario del Lignum Crucis― aseveró Javi―. Dumoitiers nos lo dijo.
Capítulo 6.
Interrogatorios.
El regreso a
Cartagena fue inmediato. Apenas habían estado en Cantabria un día entero. Lo
primero que hizo Javi fue poner el relicario a buen recaudo y enviar a Rafa a
la sala donde tenían encerrado al licántropo que les había atacado en la misma
sede de ADICT días antes, para que le interrogara junto con Lucas y Galindo.
―Bien―Rafa se acercó al licántropo, que ahora tenía una
apariencia totalmente humana―.
¿Quién eres?
Silencio.
―¿Por qué secuestrabais a esas
personas?
Más silencio.
Rafa empezó a perder la paciencia.
―Oye, Rafa―intervino Lucas―,
si me dejas a mí, le hago hablar en menos de lo que se tarda en decir “meh”.
Rafa le miró,
con cara de circunstancias.
―Poco me fío de ti, ¿sabes?
―¡Pues confía, hombre! ―exclamó Lucas―. Que ya va siendo hora.
―Está bien…
Lucas dio un
rodeo por la mesa frente a la cual se hallaba sentado el licántropo. Se puso
tras su espalda y se acercó a su oído, para hablarle con un tono susurrante y
amenazador.
―Si no nos quieres contar nada por
las buenas, lo vas a hacer por las malas, sólo que entonces acabarás con unos
cuantos miembros menos…
Había sacado
una navaja y la había puesto tras su oreja. Pero silencio. Lucas decidió forzar
un poco más la situación y le hizo un corte tras la oreja. El tipo soltó un
alarido de dolor y un hilillo de sangre recorrió su sien.
―¡¡NO VOY A DECIROS NADA!! ―bramó.
―Qué valiente―Lucas puso la navaja tras la otra
oreja y repitió la operación. El licántropo volvió a gritar.
―Colabora o lo próximo que te
cortaré será el carnet de padre―amenazó
Lucas, bajando la navaja por su tripa.
Rafa movía la
cabeza. Galindo reía malévolamente.
El
licántropo, por toda respuesta, escupió a Lucas.
―Respuesta equivocada―murmuró éste. Agarró una de las
manos del licántropo, las puso sobre la mesa y puso la navaja sobre el dedo
meñique.
―VAS A EMPEZAR A HABLAR AHORA O TE
CORTO TODOS LOS DEDOS EN RODAJITAS EMPEZANDO POR ESTE―bramó Lucas.
―Vete al infierno.
―Como quieras.
Lucas hizo
ademán de empezar a cortarle el dedo meñique, pero entonces el licántropo
cambió de opinión al notar el filo de la hoja en su dedo.
―¡Vale! ¡Está bien! ¡Hablaré!
Lucas miró a
Rafa y a Galindo.
―¿Veis? La amputación sin anestesia
es mano de santo.
―Y un poco ilegal―dijo Rafa, juntando índice y
pulgar hasta dejarlos casi pegados―.
Pero sólo un poco…
―Muy bien―siguió Lucas, dirigiéndose al interrogado―. Empieza.
―Soy de una organización secreta
que protege las Reliquias Supremas.
―¿Qué son las Reliquias Supremas? ―preguntó Rafa.
―Son tres objetos custodiados
desde hace cientos de años por los templarios, los medjays y los samuráis.
―¿Objetos? ―preguntó Galindo―.
¿Qué objetos son esos?
Silencio de
nuevo. El interrogado era reacio a seguir contando más. Lucas volvió a coger el
cuchillo y apoyó su filo en los dedos del prisionero. Éste tragó saliva al
notar la hoja y siguió hablando.
―Son tres objetos que pueden
destruir a una poderosa fuerza. Nuestro deber es recuperarlos. Por eso
secuestramos a Dumoitiers.
―Tú eres tonto―le espetó Rafa―. Pero si Dumoitiers pertenece a
la Orden del Temple.
―Dumoitiers es uno de los ladrones
de las reliquias―dijo el
tipo.
Rafa movió la
cabeza y se apoyó en la mesa, frente al licántropo, cansinamente.
―Mira, venimos de recorrernos
España de punta a punta, y nosotros sabemos con bastante seguridad, querido
señor milongas, que hay un vampiro que quiere encontrar algo para destruir lo
que llama El Mal Más Antiguo. Por eso íbamos tras el relicario. ¿Te dice eso
algo?
El licántropo
hizo un gesto, sorprendido.
―¿El Mal Más Antiguo?
―Sí, merluzo, el Mal Más Antiguo.
―Nuestro deber es perseguir y
matar a aquellos que osen hacerse con las Reliquias Supremas, sean quienes
sean, y recuperarlas, y está claro que vosotros vais tras ellas―dijo el licántropo.
―Te equivocas. Nosotros vamos tras
el que va tras ellas―dijo
Galindo.
―No te suena Vicente Vicuña,
¿verdad? ―preguntó Rafa.
―No…
―Entonces―dijo Rafa, sentándose―,
te voy a explicar quién es. Es un vampiro sanguinario que iba siguiendo las
pistas para encontrar el relicario, pero al cual nos anticipamos por los pelos.
Le dejamos una pista falsa que siguió y seguro que eso salvó el relicario de
caer en sus manos. Por eso ahora lo tenemos nosotros en vez de él. Y lo
guardaremos hasta acabar con él o se rinda en la búsqueda.
―¡No podéis tener un objeto
sagrado! ―bramó el hombre
lobo―. Nosotros somos sus
guardianes.
―Pues, al parecer, no somos los
únicos, porque si dices que los medjai y los yakuza tienen otros dos… ―le dijo Lucas.
―Mi deber es matar a quien tenga
las reliquias en su poder y no esté autorizado a poseerlas―insistió el licántropo.
―Pues empieza a matarnos…
El licántropo
se revolvió en la silla, se levantó y pegó varios tirones a las esposas y
cuerdas que lo sujetaban, con inusitada violencia.
La puerta de
la sala de interrogatorios se abrió. Natalia, Silvia, Katia y Mikhail entraron.
―Sí, lo estábamos oyendo todo ahí
fuera―dijo Mikhail, antes de
que Rafa pudiera preguntar―.
Nos encargaremos de que el relicario esté a buen recaudo y de que este
desgraciado no se escape―
puso sus manos sobre los hombros del licántropo y le sentó violentamente en la
silla.
―¡No me toques, chupasangre
asqueroso! ―rugió.
―Como vuelvas a revolverte haré
algo más que tocarte, estúpido chucho―
pulgoso― amenazó Mikhail―. Hay que impedir a Vicente que
encuentre esas reliquias. Tarde o temprano se dará cuenta de que le cambiasteis
la espada.
―Cierto―afirmó Rafa. Se dirigió de nuevo al licántropo, que
estaba visiblemente malhumorado―.
¿Cuáles son las Reliquias Supremas y dónde las encontramos?
―Recuperarlas es mi trabajo, no el
vuestro.
―¿Recuperarlas, para quién?
―No diré nada más.
La puerta se
abrió de nuevo. Entró Sergio.
―Soltadlo―ordenó.
―¿Qué…?―preguntó Rafa, atónito.
―Es una orden directa, soltadlo―dijo Sergio de nuevo.
―No voy a soltar aquí a este chulo
de gimnasio para que nos meta dos galletones a cada uno―bufó Rafa.
Javi apareció
detrás de Sergio y miró a Rafa fijamente. Movió la cabeza afirmativamente. Rafa
soltó al prisionero, de mala gana.
―¡Ja! ―exclamó―.
Devolvedme el relicario y no ocurrirá nada.
Javi y Sergio
le apuntaron con sendas escopetas de caza.
―No vamos a tener reparos en
dispararte, bichejo―amenazó
Sergio.
El licántropo
retrocedió hasta la ventana y saltó por ella, destrozando el cristal.
―Bien. Lo dejamos libre y se escapa,
¿en qué estáis pen…?―empezó
Rafa, pero Natalia se dirigió a la ventana junto con Silvia.
―Le vamos a seguir―dijo Natalia.
Rafa
comprendió.
Mientras
tanto, Jean Jacques Dumoitiers estaba en el despacho de coordinación, con Laura
y José Antonio, que le ponían al tanto de todo lo que había ocurrido. Jean
Jacques decidió que el relicario se quedara en la misma ADICT. Custodiado por
varios vampiros que estaban de su mismo lado, no correría peligro.
El abad del
monasterio de Santo Toribio de Liébana se dirigió hacia la capilla. Era la hora
del Ángelus. Estaba él solo allí. Ninguno de los hermanos le acompañaba en
aquella vieja capilla desde que la nueva se había construido. Pero él prefería
rezar solo. Se arrodilló y comenzó la plegaria. Cuando terminó y se levantó, una
sombra se irguió tras él.
―¿Dónde está?
El abad no
respondió. Tras la visita de aquellos chicos, sabía que aquel momento iba a
tener lugar.
―¿Dónde está? ―repitió la voz.
―Llegas tarde, demonio―el abad sonrió. Conocía la suerte
que iba a tener, pero no le importaba.
Vicente
Vicuña abandonó el monasterio de Santo Toribio de Liébana sin molestarse
siquiera en esconder el cadáver después de clavar los colmillos con violencia
en su cuello.
Javi salió al
jardín con Laura. Todo estaba aparentemente tranquilo.
―¿Cuál será nuestro próximo paso? ―preguntó Laura.
―Ni idea. Natalia y Silvia dirán―respondió Javi―. Esperemos que ese bicho las
lleve a alguna parte interesante.
Juanjo salió
al jardín.
―Las cámaras han detectado
movimiento en el tejado―dijo.
―Bien―dijo Javi.
Atisbó el
tejado desde su posición. Nada parecía perturbado. Pero entonces le pitó el
oído.
―Oh. Mierda―dijo.
―¿Qué pasa? ―preguntó Laura.
―¡La sirena! ―exclamó Javi, corriendo al
interior del edificio y entrando a la sala de la caja fuerte y seguido por
Laura. Katia y Mikhail estaban por los suelos, con los oídos sangrando.
―¿Dónde estás? ―bramó Javi. Sergio y José Antonio
llegaban detrás, acompañados por Rafa y Lucas.
Una aguda y
cantarina risa resonó en la estancia. Javi desenfundó su thaser, preparado para
lo que pudiera pasar. Atravesando un cristal, la sirena entró en la sala como
un elefante en una cacharrería, lanzando de un empellón a Rafa contra la pared.
Lanzó un tentáculo desde su dedo contra Javi, haciendo que la pistola saliera
volando. Javi sacó un shuriken con la otra mano y lo lanzó contra la sirena,
pero ésta lo esquivó como si estuviera bailando ballet y se subió encima de una
mesa de un salto. Laura desenfundó los somníferos y disparó un dardo a
velocidad de relámpago, pero para la sirena fue un juego de niños esquivar el
dardo, lanzar un tentáculo y hacer que también la pistola de Laura saliera
volando.
―Cuando Laura falla un tiro,
estamos jodidos―dijo Rafa,
levantándose.
La sirena
enseñó los colmillos y emitió un rugido de tiburón y se lanzó contra Javi. Éste
pegó un salto y sacó un pie frontalmente, deteniéndola en seco. La sirena lanzó
un par de tentáculos contra la caja fuerte mientras Sergio y Lucas se lanzaban
contra ella. Fueron rechazados con otros dos tentáculos que les ataron las
piernas, cayendo de narices al suelo. Los pegajosos tentáculos se pegaron a la
caja fuerte y la lanzaron por la ventana. Javi y José Antonio taponaron la
salida.
―¡Apartaos! ―gritó la sirena―. Estoy harta de vuestros juegos.
―¿Ves, Javier? Así son las mujeres
cuando se cabrean―dijo José
Antonio.
―¡Oh, cállate! ―Javi atacó a la sirena. Ésta
lanzó un tentáculo contra su brazo y lo agarró. Con el otro brazó Javi cogió el
tentáculo y tiró hacia sí.
―¡Esta noche vamos a cenar bocata
de calamares! ―bramó,
sacando un cuchillo kunai y cortando por la mitad el tentáculo. La sirena gritó
y contraatacó a Javi, lanzando otro tentáculo y desarmándolo, y posteriormente
lanzando una patada. Javi detuvo el golpe con su brazo. La sirena se libró y
saltó por la ventana.
―¡Mierda! ―gritó Javi. Pero no había acabado ahí la cosa. En el
jardín estaban Irene, Guillermo y Mónica, que habían visto la jugada y se
habían anticipado al salto. Guillermo y Mónica dispararon varios dardos e Irene
disparó con la thaser justo cuando la sirena puso un pie en el suelo.
―¡Uf! ―suspiró Rafa―.
Menos mal que Irene estaba ahí.
La sirena
cayó inconsciente al suelo. Los chicos bajaron al jardín.
―Cogedla―dijo Sergio. Rafa y Lucas la agarraron.
―¿Qué hacemos con ella? ―preguntó Laura.
―Metámosla en la bañera―dijo Javi, de mala gana―. Al contacto con el agua se
transformará en pececito, y si la atamos no podrá salir huyendo.
―Menuda mañanita…―dijo Lucas―. Yo ya he tenido bastante por hoy, en serio.
Encerraron a
la sirena en la bañera, la ataron y colocaron un cristal para que no escapara.
―Vendremos a interrogarte luego―dijo Rafa―. Ve pensando lo que nos tienes que contar, pequeño
pescado.
La sirena se
revolvió dentro de la bañera, pegando coletazos contra el cristal, pero no le
sirvió de nada. Estaba demasiado bien atada.
Las noticias
nacionales hablaban en ese momento de un suceso de última hora, acaecido en el
monasterio cántabro de Santo Toribio de Liébana. Al parecer, el abad había sido
brutalmente asesinado y la policía estaba sin pistas.
―Nosotros sabemos perfectamente
quién ha sido―murmuró Rafa.
―Sí, ¿pero cómo lo cogemos? ―preguntó Sergio.
―Vendrá a por nosotros cuando no
tenga noticias de su querida sirena.
―No puede entrar, Rafa. Es un
vampiro sin invitación, recuerda. No puede pasar aquí.
El móvil de
Sergio sonó. Un mensaje. Natalia. Habían seguido al licántropo durante toda la
mañana.
Sergio marcó
el número de Natalia y la llamó.
―¿Sergy?
―¿Hola? ¿Me oyes?
―Sí, te oigo. ¿Estás bien?
―Estoy asada de calor. Me he
metido a la sombra. Un poco más y me desintegro…
―¿Dónde estás?
―En Egipto.
―¿Egipto? ―exclamó Sergio, incrédulo―. ¿Qué pintas en Egipto? ¡¡¿Estoy llamando a Egipto?!!
―El licántropo ha venido corriendo
a toda velocidad. Le hemos tenido que rastrear. Conforme avanzábamos hacia el
sur el sol iba apretando más y más, así que hemos tenido que refugiarnos más de
una vez.
―¿Y Silvia ha podido ver algo?
―Solamente una gran sala de piedra―intervino Silvia―. El licántropo hablaba con
alguien más, pero no les conozco, así que no he podido ver nada más.
―Volved aquí cuando podáis.
―Sí, en cuanto el sol se ponga
volvemos―dijo Natalia―. Ya estoy harta de carreras.
Javi reunió a
todo el mundo en la sala de reuniones después de la hora de la comida.
―Bien, hay que analizar los datos.
Tenemos un relicario que contiene el Lignum Crucis. Es una de las tres
Reliquias Supremas, según ha dicho ese perro pulgoso…
―Qué mal tratas a los licántropos―dijo Laura.
―Si no hubiera intentado matarme
le trataría mejor―contestó
Javi―. Pero el caso es que
ese tipejo habló de algo más.
―Sí―apuntó
Sergio―. Los samuráis y los medjay.
―Tres objetos legendarios que
serán capaces de acabar con el Mal Más Antiguo. Y Vicente los ha querido
siempre―dijo Javi―. ¿Qué hay detrás de todo esto?
Estoy en blanco.
―Pues si tú estás en blanco no
vamos muy bien―comentó
Sergio.
―¿Qué hacemos? ―preguntó Rafa.
Se hizo el
silencio durante un par de minutos.
Lucas lo
rompió entonces.
―¡Encontrarlas!
La mirada que
le lanzó Javi no tuvo desperdicio.
―O sea, que quiere el caballero
que nos crucemos el mundo y así intentar encontrar dos objetos perdidos en la
inmensidad del planeta y que no sabemos dónde están.
―Eh… ¿sí?
―Raquel tiene que saber algo―dijo Irene―. ¿Y si la interrogamos?
Javi asintió.
―Habrá tenido tiempo de pensar si
quiere o no colaborar con nosotros. Rafa e Irene. Id vosotros. Hablad con ella.
Sacadle todo lo que sepa.
Y allá fueron
los dos. Entraron en el cuarto de baño. Raquel estaba atada dentro de la
bañera, dando coletazos, salpicando todo intentando liberarse, pero sin poder
salir.
―Nos estás poniendo el baño
perdido―dijo Rafa,
condescendiente.
―¡Sacadme de aquí! ―bramó Raquel.
―De ilusión también se vive―Rafa se apoyó en el lavabo y dejó
entrever una sonrisilla―.
Veamos, sirenita de los siete mares, ¿qué sabes de las tres reliquias supremas?
―¿Las qué?
Rafa movió la
cabeza, mirando a Irene.
―Se está haciendo la tonta―dijo ella―. Vamos a ver, estás ayudando a Vicente con algo, es
obvio. Háblanos del pacto con los Vicuña y cuéntanos la verdad.
―No pienso deciros nada.
Rafa puso su
mano sobre el grifo del agua caliente.
―Como no empieces a cantar le doy
a este grifo y te achicharro, víbora―le
dijo, mirándola a los ojos, amenazante.
―Es un farol.
―No es ningún farol. Estamos muy
hartos con este asunto y pensamos resolverlo por la vía rápida. No tenemos
tiempo para estupideces. Así que habla.
Y Raquel,
viendo que no le quedaba otra alternativa, empezó a contar su historia.
*** *** *** *** *** *** ***
Guarida de los Vicuña. Hace tres años.
Habían
llamado a la puerta y Serafín parecía impaciente. Fue él mismo quien abrió. Una
chica joven, de pelo liso, largo, rubia, cara pálida y los ojos extrañamente
plateados era quien esperaba en el umbral.
―Llegas tarde―le espetó Serafín. Por su
expresión y su tono de voz era evidente que se sentía descontento con la
presencia de aquella chica allí.
―Pero he llegado―dijo ella.
―Pasa. Blanca y Vicente están
dentro. Llevamos todo el día esperando.
La chica pasó
al despacho que le indicó Serafín.
―Espero que esto no sea una
pérdida de tiempo, como acostumbra a serlo todo últimamente―dijo Vicente en cuanto la chica
entró.
―No lo será. Es… una ayuda muy
valiosa―respondió Serafín.
―¿Cómo te llamas, rubia? ―preguntó Vicente.
―Raquel.
―¿Y qué eres?
―Una sirena.
―¡Una sirena! ―exclamó Vicente―. Has traído una sirena. ¡Para
sirenas ya tengo bastante con la de las ambulancias que vienen a socorrer a la
gente a la que muerdo, Serafín!
―Cállate y déjame hablar por una
vez en tu vida―dijo Serafín.
Vicente cerró la boca e hizo un gesto para que Serafín se explicara, mientras
se sentaba en una vieja silla con alto respaldo.
―La idea es la siguiente―dijo Serafín―. Ella se ha ofrecido voluntaria…
―Me han enviado aquí, no soy voluntaria―le cortó Raquel.
―¡¿Vais a dejarme hablar?! ―bramó Serafín, rugiendo y
enseñando los colmillos. Raquel se intimidó. Incluso Vicente pegó un respingo
en la silla. Se hizo un silencio sobrecogedor―.
Gracias. Como iba diciendo, ha venido a ayudarnos en nuestra misión. Búsqueda.
Como quieras llamarlo.
Vicente gruñó
por lo bajo.
―Por supuesto que tú puedes seguir
con tus planes de neófitos por Europa para hacer un ejército y atacar, pero
ella tiene algo mejor. Los neófitos son seres impredecibles, ya lo sabes,
Vicente.
―¿Qué es lo que pretendes,
Serafín? Ve al grano…―le
pidió Vicente.
―Ella busca desde hace años un
sello ancestral. ¿Recuerdas esa estela cántabra de la que te hablé?
―Sí… ¿qué tiene que ver?
―Hay una estela cántabra en
concreto que puesta en el sitio adecuado tendrá el poder necesario para que los
neófitos creados por la persona que la posea le pertenezcan. Dicho de otra
forma: creas tu ejército, coges la estela, la pones donde hay que ponerla,
liberas un sello y, ¡tachán!, todos los neófitos te obedecen.
La cara de
Vicente pareció iluminarse.
―Sólo hay una pega. No sabemos
dónde está esa estela cántabra―dijo
Serafín, frunciendo el ceño.
―Por eso ha venido Raquel―intervino Blanca―. Ella tiene pistas. Adelante.
Explícanoslas.
Raquel empezó
a hablar.
―Bueno, no es que sepa mucho, pero
la estela que buscáis está en un barco.
―¿Un barco? ¿Cómo puedes saber
eso? ―preguntó Vicente, sin
creerse ni una sola palabra.
―Porque paso la mayoría del tiempo
en el agua. Porque he nadado alrededor del mundo durante años, y un día la
casualidad me llevó a las costas del Mar Cantábrico. Allí vi que un viejo
coleccionista entregaba a su hijo, capitán de barco, una caja que contenía una
estela cántabra muy especial. Le dijo que mientras la llevara consigo en su
barco no ocurriría nada. Por eso sé que la estela está en algún barco. Y ese
barco es de allí. De Cantabria. Así que atad cabos.
―Estupendo, tú busca la estela y
yo mientras tanto sigo con mi Plan B―
dijo Vicente, levantándose.
―¿Qué Plan B? ―preguntó Serafín.
―Es algo que está casi listo. Mi
plan B, Serafín―dijo Vicente―. Y estoy seguro de que
funcionará― Vicente sacó una
jeringuilla―. Un virus. Se
inocula en la víctima y ésta se transformará en pocas horas. Tiene un antídoto,
claro, pero es lo que hay.
―¿Un virus?
―He tardado años en desarrollarlo.
Limpio, discreto, sin dejar rastros. Ahora ya está listo. Con el virus
transformaremos a la gente y con la estela cántabra de esta sirenita les
controlaremos sin problemas.
*** *** *** *** *** *** ***
Raquel acabó
de hablar. Rafa aún no se daba por satisfecho.
―Te he preguntado por las Tres
Reliquias Supremas.
―Vicente quería encontrarlas. Y
después de que el plan del virus fracasara, su único apoyo era yo. No se va a
rendir. En este momento ya se dirige a por la segunda, él solo.
―¿Él solo? ¿Sin ayuda? ―preguntó Rafa―. ¿Dónde ha ido?
―A buscar el Disco Solar de Ra.
―¿Qué es el Disco Solar de Ra? ―insistió Rafa, elevando el tono
de voz.
―¡Las reliquias son tres, el
Lignum Crucis, el Disco Solar de Ra y la Katana del Samurái! ―contestó Raquel.
―¿Para qué las quiere Vicente? ―preguntó Irene ahora.
―Quiere acabar con el Mal Más
Antiguo.
―¿Y qué es el Mal Más Antiguo? ―continuó Rafa.
―¡No lo sé! No me lo ha contado
todo. Buscadle a él y preguntadle, yo sólo sé eso―
dijo la sirena, bajando el tono de voz, tristemente.
Rafa e Irene
se fueron de allí. Raquel volvió a hablar, con voz suave, cantarina e
hipnótica.
―Es una pena que me tengáis
encerrada. Os ayudaría a encontrarle y a detenerle. Podría ser de gran ayuda,
Rafa…
Rafa se
detuvo en el umbral. La poderosa fuerza de la voz hipnótica de la sirena le estaba
poseyendo, pero entonces Irene volvió a entrar y gritó:
―¡Cállate! ―Rafa pegó un grito, sobresaltado por el tono duro y
áspero de Irene, que le parecía papel de lija frotado contra una pizarra
comparado con aquella voz celestial de Raquel―.
¡No creas que no sé lo que pretendes, asquerosa embaucadora! Púdrete en la
bañera, porque vas a estar días ahí.
Raquel gruñó
y enseñó dos afilados colmillos, revolviéndose contra sus ataduras, pero no
logró soltarse.
―Y tú, no te dejes embaucar por
esa… esa…―Irene estaba
furiosa.
―Perdona que me haga efecto su
estúpido poder, ¿vale?― se
intentó justificar Rafa―.
Pero es una habilidad propia de las sirenas. Embaucar con su voz melodiosa, con
su timbre angelical, con su…
Irene le dio
una colleja a Rafa y se largó hacia la sala donde esperaban los demás.
―Rafa, no tienes remedio. Galindo
te está pegando su estupidez.
Rafa se quedó
estático en mitad del pasillo.
―Pero… pero yo… ¡Irene! ― y la siguió, corriendo. Cuando
entraron en la sala de reuniones, una chica morena y de pelo ondulado, de un
metro setenta, con una varita mágica enfundada en lugar de su pistola, les dio
una particular bienvenida.
―Pues sí que están todos locos
aquí.
―Te lo avisé―dijo una sonriente Laura, que
estaba de pie a su lado.
―¿Pero qué es esto? ―preguntó Rafa.
Javi salió
del despacho de presidencia.
―Ah, Rafa, Irene. Faltabais
vosotros. Mirad quién ha vuelto a casa.
Con expresión
de sorpresa, Rafa e Irene saludaron a Esther Domínguez.
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